—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Metafísica del fútbol (2)

(Lee la entrega anterior)

Circulaban despacio. La noche lluviosa, la discusión, el vaho que iba empañando los cristales y el reflejo de los faros en el pavimento mojado dificultaban la visibilidad. Tampoco es que tuvieran prisa para ir a ninguna parte. Chili vivía solo, en un dúplex en el centro de la ciudad. Piquito también estaba solo, en la urbanización, donde había llevado a su madre para alejarla de todo peligro. Ahora ella se había ido a vivir con Metzger dejándole solo (1). Tanto preocuparse de su madre para que ella… quizá tomara la mejor decisión que podía haber tomado. Era justo reconocerlo. Él ya no era un niño de leche, y podía vivir perfectamente solo. Estaba cambiando, estaba madurando… ¿Sería tirarse en el área un signo de madurez futbolística?
—Mira Henry… Dio una asistencia con la mano y casi es héroe nacional en Francia –estaba diciendo Chili.

» (…) Yo no quiero ganar así. Quiero ganar jugando al fútbol, no haciendo teatro. No me pagan para hacer teatro.

Piquito retomó la conversación al vuelo:
—Sí, ¿y de qué les valió? Ridículo total en Sudáfrica como equipo de fútbol y como selección.
—Esa no es la cuestión que se discute.
—¡Leche, Chili! Te pareces a López. Cuando tiene centrada la conversación no deja que nadie se salga de la línea que ha marcado el muy hijoputa.
—Sí que es un cabrón, pero las cosas no le van tan mal, ¿eh? A lo mejor es que este mundo es de los cabrones. De los cabrones que se tiran en el área, ‘Pico’.

Piquito volvió a pensar en la cuestión que se discutía.
—Mira Chili… –había aprendido a ganar tiempo (antes era mucho más directo), y se lo debía a don Faustino–, me gustaría que me entendieras. Pero quizá no sepa yo explicarlo. Llevo jugando a fútbol toa la vida. Y nunca he necesitao tirarme. Y he llegao hasta aquí –no sabía por qué, pero cuando las conversaciones se alargaban tendía a hablar de la misma forma que había hablado toda la vida.
—A lo mejor es que no vas a llegar más lejos si no cambias. Mira tu forma de hablar: ha cambiado –Chili estaba al cabo del secreto de su amigo, pues se lo había confiado en un par de ocasiones–. Te esfuerzas en acabar todas las palabras, en vocalizar perfectamente. Y cuando metes la gamba no te gusta. Eso es porque has cambiao –remedó Chili–. Y no te ha importao cambiar en eso. No veo por qué no cambias en lo otro, y por qué haces ascos a lo que todos hacen… hacemos –se corrigió para acabar su perorata.
—Te diré, amigo: Andrés Iniesta es un gran jugador; eso no lo vamos a descubrir ahora nosotros dos en este cochazo que tienes –y Piquito acentuó su aserto dando un par de golpecitos en el salpicadero–. Pero chilla como una muñequita cada vez que le entran. Y se tira siempre que le tocan aunque sea en medio del campo. Yo no quiero ser así.
—Iniesta tiene un gran contrato…
—Pero no creo que hubiera llegado tan arriba chillando como una muñequita desde el principio de los principios –le cortó ‘Pico’.
—…Y a Iniesta le aplauden en todos los campos de España –continuó Chili sin hacerse eco de la interrupción de su amigo.
—En todos menos en San Mamés, y San Mamés sabe mucho de fútbol, tampoco lo vamos a descubrir nosotros dos aquí y ahora. Ya lo hemos hablado otras veces; fingió una falta y consiguió que expulsaran al defensa: roja directa. Yo no quiero ganar así. Quiero ganar jugando al fútbol, no haciendo teatro. No me pagan para hacer teatro.
—Y dale… –a Chili se le acababan los argumentos contra la contumacia de su compañero.

[Continuará…]


NOTAS:

  1.  — Algún día relataremos esa historia…

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