—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Si no me lo concedes, no te los desato (2)

(Lee la entrega anterior)

Metzger se separó un paso de Inma, miró por encima de su cabeza, y respiró profundamente a la vez que asentía levemente con la cabeza. Eran muchos los cambios que tenía que asimilar, pero Uwe Metzger era uno de esos tipos que se visten por los pies.
—Irrás a Alemania… Allí hay clínicas de medicina… ¿cómo se dice…? Medicina nuclearrr…
—Ese es un tratamiento costoso.
—El dinero no serrr prrroblemo…
—Además, aquí ya he comenzado el tratamiento.
—No imporrrta, Inma. Irrrás a Alemania y te harrán otrrras prrruebas. Mejorrr estarrr segurro con dos opiniones, ¿ja?
—No puedo dejar ahora a mi hijo solo… Me necesita a su lado, aunque no me haga caso.

» —Son hombrrres, señorrr Lópezss. Les gustarrá que se confíe el secrrreto a ellos…

—Él te causa más pena, Inma; y tú necesitas descansarrr y que te cuiden. Harremos lo mejorrr parra ti… No crrreo que Piquito diga no a eso, Inma.
—No… no creo… Perro se va a enfadarrr cuando te vea aquí –repuso Inma imitando el acento del teutón.
—¿Ves? Todo se arrreglarrá… Hablarré con Piquito ahorra. Me voy al entrrrenamiento. Y tú te vienes conmigo a Mospintoles.
—Vale, pero esta noche vendré a casa. Me iré a vivir contigo en unos días, cuando deje todo arreglado aquí. Quizá en una semana.
—¡Vale! Hablarremos los trrres hoy por la noche, Inma.
—Pero las sesiones de entrenamiento no acaban hasta las nueve. Aún tenemos tiempo. Pasa dentro, que te enseño la casa… y mi alcoba…
—¿Qué cosa serrr alcoba, Inma?
—Tú ven y verrás, teutón.

* * * * * * * * * * *

Cuando llegó a Mospintoles, luego de dejar a Inma en el centro comercial que había cerca del lujoso piso de Metzger, el alemán llamó a López. Supo por boca del presidente que al día siguiente sería presentado como el nuevo entrenador del Rayo.
—Perro todavía tenemos tiempo de hacerrr las cosas bien, señorrr Lópezss.
—¿A qué se refiere, Metzger?
—Antes de comunicarrrlo a la prrrensa debemos comunicarrrlo a los chicos.
—Hemos pensado hacerlo en el entrenamiento de la mañana y comparecer ante los medios de comunicación pasado el mediodía.
—Los chicos se sentirrán mal cuando sepan se han ido a la cama hoy sin que se les haya dicho nada. Me gustarría irrr con usted al entrrrenamiento de la tarrrde. Sé que serrrvirrá parra que tengan más confianza.
—Está bien, Metzger. Me parece buena idea… Ya veré qué le digo mañana al Consejo… Espero que no haya filtraciones por parte del equipo.
—Son hombrrres, señorrr Lópezss. Les gustarrá que se confíe el secrrreto a ellos…
—Veo que ya empieza usted a mandar y a disponer. Espero por el bien de todos que sepa lo que hace.
—¡Ja! Yo también, señorrr Lópezss, yo también… Nos vemos dentrrro de una horra en los campos de entrrrenamiento, antes de acabarrr entrrrenamiento.
—Veo que ni lo pregunta… Siempre he sabido que tenía usted capacidad de liderazgo.
—¡Ah, señorrr Lópezss! ¿Se entrrrena en el mismo sitio? Ha habido tantos cambios…

* * * * * * * * * * *

Cuando Metzger llegó al complejo polideportivo, López llevaba allí veinte minutos. El hombre de las finanzas había aprovechado para dejarse caer por los campos de entrenamiento y comprobar in situ el estado de todo aquello por lo que el Rayo pagaba. Desde que el nuevo concejal de deportes, el opaco don Faustino, había tomado posesión de su cargo, aquello estaba algo abandonado. Al menos en lo que al fútbol concernía. Visto lo visto y oyendo de boca de su director técnico las carencias que se acumulaban, López pensó que ya había llegado la hora de hablar en serio con la alcaldesa, María Reina, sobre el lugar donde entrenaban, sobre la ejecución del acuerdo que concernía al estadio municipal en virtud del cual éste pasaría a manos del Rayo mediante el chanchullo acordado el año anterior, siendo Segis alcalde, y sobre las trabas que preveía y que no quería que pusiera el nuevo concejal, ajeno al tejemaneje, ya que a buen seguro, juzgaba López, sería una persona difícil de convencer al menos por la vía del dinero: “Es lo malo que tienen las personas íntegras”, pensó el presidente, “que son obstinadas”. Lamentaría tener que recurrir a otros métodos, pero aquel viejo le ponía enfermo… las dos veces que tuvo que hablar con él le dejó un poso de intranquilidad, como si el viejo estuviera ya de vuelta cuando él todavía no se había puesto en marcha. Y a esa sensación López no estaba acostumbrado.

[Continuará…]