—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

No es culpa del balompié (1)

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El Complejo Deportivo Mospintoles-2 se ha convertido en uno de los centros neurálgicos de la población. A decir verdad, los polideportivos de cualquier pueblo o barrio realizan una labor social que antaño hacían los casinos o las sociedades culturales con aquellos bailes de juventud y aquellas tertulias y reuniones.

Mospintoles no es una excepción; y está a medio camino entre un pueblo grande y una pequeña ciudad. Cualquier sensato ciudadano convendrá en que Mospintoles no sería más que un barrio de Madrid… y no precisamente de los grandes. Deténgase a considerar quien esto lea que vive más gente en la megaurbe que es Madrid que en todas las provincias que baña el mar Cantábrico juntas.

» Recuerdo haber pensado: «tú eres gilipollas, majo».

Dicho lo que antecede relataré lo que aconteció en el complejo deportivo cierto día del reciente pasado verano. Me encontraba cambiando impresiones en el recibidor del complejo deportivo con Agustín, el encargado de aquellas instalaciones. Apareció por allí un joven de unos veinte años, no más de veintidós. Para nada era alto, y movía un cuerpo rechoncho… A decir verdad lucía un sobrepeso evidente, aunque no preocupante.

Agustín le saludó con cordialidad y se interesó por su rodilla. El mozalbete contestó que finalmente había hecho caso a sus advertencias y que había acudido al servicio de medicina deportiva que se dispensa en el complejo deportivo. Nos informó del dictamen del galeno, quien le recomendó fortalecer los músculos de esa zona mediante una serie de ejercicios diarios de los que le había proporcionado varias tablas.

Agustín, que de tonto no tiene un pelo –y no lo digo por su cabeza afeitada– le hizo tal pregunta que deduje que el encargado conocía el paño con que trataba:
—¿Le has dicho que lo que te gusta es jugar al fútbol?
—No.
—¿Y no te dije que le contaras todo?
—Es que si le digo que me gusta jugar al fútbol me lo iba a quitar…
—Pero sería por unos meses, y por el bien de tu rodilla.
—Pero es que el fútbol es mi vida… Si no puedo jugar siento que me falta algo.

Recuerdo haber pensado: «tú eres gilipollas, majo». Agustín le miró de hito en hito e hizo un mohín que yo entendí más de resignación que de alguna otra cosa.
—¿Y adónde vas ahora? –se interesó el honesto encargado–. ¿Al gimnasio…?
—No… –repuso el mozo con nerviosa sonrisita–. He quedado con los colegas para echar un partido.
—Pero ¿estás tonto… o qué? ¿No ves que te vas a cargar la rodilla, que la tienes tocada?
—Va, hombre… Tendré cuidado.
—No esperes que los demás lo tengan contigo. Procura no emplearte a fondo –aconsejó Agustín, sabedor quizá de que el chavalote no iba a desistir.
—Descuida, tendré cuidado. ¿Ya han llegado éstos? ¿A qué vestuario vamos? –era evidente que el joven, molesto por las recriminaciones del encargado, tenía ganas de dejarnos.

(Continuará…)