—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

No es culpa del balompié (2)

(Lee la entrega anterior)

Cuando partió en dirección al vestuario que tenían asignado me interesé por el caso. Agustín me informó de que no tenía más relación con el chico que la que yo acaba de ver –pero es que Agustín es capaz de hacer hablar a las piedras–, y que había sido el mozalbete quien de modo espontáneo le había confesado hacía mes y medio que lleva tiempo con dolores en la rodilla. Que le había recomendado dejar de jugar al fútbol una temporada –jugaba semanalmente con una peña de amigos–. Y que visitara el servicio de medicina deportiva que el ayuntamiento había establecido en el Mospintoles-2.

No vi a nadie más de ese grupo; supongo que estaban en el vestuario y que salieron por el pasillo “de pies limpios” rumbo a los campos de fútbol de césped artificial, esas maravillas de la tecnología que precisan ser tratadas con herbicidas dos o tres veces al año.

» Temiéndome lo que me imaginaba bebí aprisa el zumo que había pedido y bajé al recibidor […]

Yo subí a la cafetería, pues me había citado allí con un buen amigo para jugar un partidito de frontenis, deporte que alterno con el tenis aunque me dicen que no es recomendable si quiero mejorar la técnica de golpeo de este último. Pero como de lo que se trata es de divertirme, no creo que me venga mal tocar varios palos. Me acodé frente al ventanal que da a los campos de fútbol y enseguida distinguí a mi hombre, aquél para el que el fútbol lo es todo hasta el punto de jugarse su salud articular.

Y allí estaba yo, algo distraído, lo confieso, porque daba mente a ciertos asuntos que me traían de cabeza en aquellos días, cuando me percato de que el chaval se acerca cojeando ostensiblemente hacia la puerta interior que da acceso a las oficinas de los conserjes de las instalaciones.

Temiéndome lo que me imaginaba bebí aprisa el zumo que había pedido y bajé al recibidor donde minutos antes me había enterado del comienzo de la historia que voy narrando. Real como la vida misma, ¡oiga!

Me encuentro con Agustín y le pregunto por el chaval, y el encargado, que las pilla al vuelo, dándose cuenta de que algo había pasado, me informa de que no le ha visto y me pide que le siga. Nos encaminamos a las oficinas de los conserjes para llegar a tiempo de oír de boca del chico –que había acudido allí para solicitar hielo– lo ocurrido:
—…y entonces llegó un balón alto, y salté para darle de cabeza, y al caer me he jodido la otra rodilla.
—Vamos, que has caído sobre la buena para evitar apoyar la mala, y con el sobrepeso que tienes te la has cargado –Agustín no necesitaba de introducciones para tomar la palabra.

(Continuará…)