—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Inaugurando el curso (y 6)

(Lee la entrega anterior)

El segundo tiempo fue un calco del primero. Sólo Miguel Ángel era capaz de llevar peligro a la portería rival. El partido seguía enmarañado, corriendo todos detrás del balón, cosa que no gustaba al nuevo árbitro, el profesor Carlos. Al cabo de siete minutos, don Faustino volvió a cambiar a todo el equipo entero. La última hornada de su clase se aprestaba a salir a defender bien alto su honrilla futbolera. Entre los entrantes estaba Rafa, el más deportista de los alumnos de 2º A y Martita, la más negada. Todavía faltaban 13 minutos de partido y todo el mundo era consciente de que, con un jugador menos, los chicos y chicas de don Faustino tarde o temprano sucumbirían ante Miguel Ángel y sus compis. Dos tiros al poste casi consecutivos por parte del canterano del Rayo presagiaban que pronto habría alteración en el marcador. Entonces Martita, sin querer, hizo una de las suyas…

Fue en un lance absurdo. Toni, el portero de Segundo A tenía la pelota en sus manos tras detener casi milagrosamente un disparo a bocajarro de Miguel Ángel. Rafa le pedía con urgencia el balón desde la banda izquierda. Martita estaba en el lado derecho, despistada, mirándose las uñas. A Toni se le escapó la pelota, quizás por culpa del sudor de sus manos, y ésta fue a caer cerca de Martita. El horror apareció en los ojos de todos sus compañeros. Cuando vio aparecer aquella cosa redonda cerca de sus piernas sólo tuvo una idea: quitársela de en medio como fuera. Miguel Ángel se dirigió hacia Martita a la velocidad del rayo. La chiquilla, viéndole llegar, se asustó todavía más y le arreó un patadón a la pelota con tan mala fortuna para Miguel Ángel que esta fue a darle de lleno en todas sus partes. El zagal comenzó a revolcarse por el suelo. Mientras Belmonte y el padre del chico se iban con él hacia los servicios y el botiquín, el partido se reanudó pero ya nada volvió a ser igual sin Miguel Ángel, la figura del partido. El juego se igualó nuevamente y Rafa se convirtió en el héroe del momento pues, gracias a su gran fondo físico, se multiplicaba de aquí para allí y de allá para acá supliendo la ausencia de dos jugadores de menos en el equipo: el Sergio, por su expulsión al final de la primera parte, y la Martita, por su nulidad.

Cuando faltaba un minuto para el final del partido pudo regresar Miguel Ángel, quien se incorporó de nuevo al campo. Lucía un aparatoso bulto en la entrepierna. Desde aquel día tuvo mucho éxito con las chicas, incluida Martita. El empate a uno proseguía. Todos estaban esperando ya el pitido final de Carlos, cuyo arbitraje había sido modélico a pesar de ser juez y parte. Sólo Rafa seguía con las suficientes fuerzas para correr sin desmayo detrás de todos los balones. En un último esfuerzo logró avanzar por entre varios jugadores contrarios y propios. Logró plantarse solo delante del portero pero en vez de disparar a puerta prefirió regatearlo. Mala idea porque notó como en el último toque la pelota se le fue unos centímetros. Los suficientes para perder su control. Entonces decidió jugar la baza del penalti. Chocó con el portero y se tiró aparatosamente al suelo. Unos vieron en la jugada la pena máxima. Otros sólo observaron la actuación de un excelente actor. El escándalo estaba servido. Don Faustino creyó haber visto sólo teatro mientras que Carlos, sorprendido por la jugada y la reacción del público, dudaba de todo. Entonces, temiendo ser acusado de excesivamente parcial a favor de su equipo si no pitaba nada, optó por señalar el punto de penalti. Si el árbitro del primer tiempo había sido capaz de expulsar a su propio hijo, por qué él no iba a pitar un penalti a su equipo. Era la opción que menos le comprometía ante el público y sus colegas de profesión.

» La chiquilla, viéndole llegar, se asustó todavía más y le arreó un patadón a la pelota con tan mala fortuna para Miguel Ángel que esta fue a darle de lleno en todas sus partes.

Entonces ocurrió el último lance digno de escribirse en letras de oro en la crónica de aquel partido. Cuando Rafa se disponía a poner el balón en el punto fatídico para lanzar el penalti, don Faustino se le acercó y le dijo algo al oído. El chaval meneó la cabeza con aspavientos. El profesor siguió hablándole con calma. Entonces Rafa cogió el balón, se acercó a Martita, la cogió suavemente del brazo y le dijo que ella iba a tirar el penalti. No dudó la chavala. Ni pestañeó. Colocó la pelota, se santiguó, cerró los ojos y pegó un puntapié.

Dos a uno. La chiquillería de don Faustino había ganado el encuentro aunque todos los presentes afirmaban que aquello debería haber acabado en empate. Pero así es el fútbol: no siempre se impone la lógica. Sobre todo si por medio hay un inoportuno testiculazo y un erróneo penalti se lanza con los ojos cerrados.

Todos los intervinientes en el evento, jugadores y espectadores, estaban saludándose cordialmente cuando alguien recién llegado al Instituto empezó a comentar que algo gordo estaba pasando en el Ayuntamiento. Al parecer alguien se había subido al tejado y amenazaba con tirarse al vacío si el Consistorio no le pagaba medio millón de euros que le debía desde hacía varios años. También, al parecer, alguien vestido de árbitro intentaba mediar en el conflicto. La gente, ávida de emociones fuertes, quiso continuarlas y casi todo el mundo salió disparado en dirección al Ayuntamiento. En vista de lo cual, Belmonte, el director del Instituto Fernando Orejuela, dio rápidamente por finalizada la inauguración lúdica del nuevo curso.

—Espérame, Sebas, que no puedo ir tan deprisa como tú —se oyó decir a don Faustino—. Confía en el señor Roque. Es un árbitro excelente…