—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Qué diantres tendrá el fútbol (1)

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La nueva temporada del Rayo, esta vez en Segunda División, no había podido comenzar peor: el primer partido, jugado fuera de casa, lo había perdido por cinco a uno. Semejante desastre no disminuyó las esperanzas de los mospintoleños, deseosos de que llegase pronto el domingo para ver por primera vez a Piquito y sus compañeros jugar en campo propio. Se aventuraba un lleno total del campo, remozado de acuerdo a las nuevas necesidades que dictaba la competición en la división de plata del fútbol español.

—¿Cómo han ido esas vacaciones, Fátima?
—Mucho calor, don Faustino. Mucho.
—Natural. En Marruecos hace calor para dar y tomar.
—Si no fuera por la abuela, yo ya ni iba. Menos mal que Said se lo pasa muy bien con sus primos. Dice que en el pueblo hay más arena que en la playa… Cualquiera lo pone ahora a estudiar… porque el colegio empieza pronto, ¿no?
—Está a la vuelta de la esquina. Y no sólo a él le va a pillar desentrenado…

Don Faustino sabía lo que decía porque desde el uno de septiembre él ya estaba currando en el Instituto. Eran días de largas y pesadas reuniones que a él se le hacían eternas aunque la vuelta a la normalidad le compensaba gratamente. El verano solía romperle su monótona rutina habitual brindándole demasiados días de soledad. Todavía no se había acostumbrado a vivir sin Cristina, su mujer, fallecida hacía ya cuatro años. Sin hijos y con la familia repartida en varios países, los dos largos meses de vacaciones últimamente se le hacían eternos.

—Don Faustino, yo no entiendo de fútbol pero en estos días oigo hablar por todos lados del Rayo de Mospintoles. La gente ha perdío la cabeza…
—Quizás el éxito del fútbol esté en que evita la soledad de mucha gente. O que ha suplido a la religión…
—No entiendo…
—Perdóname, ando un poco decaído con el regreso al trabajo. Le llaman síndrome postvacacional. Una estupidez.
—Ayer me decía el niño que le gustaría ver al Rayo el próximo domingo. Algunos de sus amigos van a ir con sus padres…
—Otra bobada del personal. ¿Y tú qué le has dicho?
—¡Qué le voy a decir, don Faustino! Que no está el horno pa’ bollos, como dicen por aquí. Y que es muy pequeño pa’ estas cosas. Ya sé que a él le haría mucha ilusión…

» —Don Faustino, yo no entiendo de fútbol pero en estos días oigo hablar por todos lados del Rayo de Mospintoles. La gente ha perdío la cabeza…

Don Faustino se quedó mirando a Fátima mientras ésta continuaba sacando del trastero los cacharros de la limpieza. Era una mujer regordeta, de buen ver, que aparentaba más años de los que realmente tenía. Quizás por el tipo de vestido, siempre largo y holgado, quizás por la forma de su peinado, que le daba un aire de señora entrada en años cuando apenas rozaba la treintena. Llevaba trabajando por horas en casa de don Faustino desde hacía seis años. Tras la muerte de su mujer, Cristina, otra lo hubiera dejado en la estacada doméstica pero Fátima aumentó sus horas de trabajo para no sólo cubrir la limpieza semanal del piso del viejo profesor sino también para planchar su ropa y cocinarle algunos platos caseros para toda la semana. Su marido, también marroquí como ella, había fallecido en un accidente laboral hacía ya siete años, uno menos que la edad de su hijo Said. Mujer valiente y trabajadora, decidió seguir adelante, sin arrugarse, sin escuchar a los familiares que a varios miles de kilómetros le aconsejaban que regresase de nuevo al pueblo que le había visto nacer y del que había salido hacía varios años en busca de una vida mejor.

—Estoy pensando, Fátima, que a lo mejor hay suerte y puedo conseguir un par de entradas para ese dichoso partido.

(Continuará…)