—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Quid pro quo (3)

(Lee la entrega anterior)

Piquito, a pesar de su Asperger sin diagnosticar aún, por esta vez lo cogió al vuelo. Estaban diciéndole que tenía que haber contado con el club antes de decir que sí a TeleMadrid.
Pueh la verdá es que no l’había pensao. Me llamaron de TeleMadrid y como nunca nos han llamao pa’ na’ pensé que sería bueno pa’l Rayo y pa’ to’s que se hablara de nosotros.

—Bueno, habría que saber si te han llamado a ti como persona o a ti como jugador del Rayo.
Pueh no lo sé. Supongo que mitá mitá. Estos de la tele lo mezclan to’. M’han dicho que era pa’ una entrevista corta en un chou en direto. Pero supongo que si s’han acordao de mí e’ por los tres goles del mes pasao.

» Quiso el destino que a la vuelta de los años el hijo de Inmaculada fuera la estrella del equipo que López adquirió mucho después.

López decidió cambiar el rumbo de la conversación:
—Así que tu madre mete todo lo que ganas en el banco a plazo fijo…
—Sí señor. Ella es así. Dice que si lo tie’s en una cuenta el banco se lo come to’.
—Y no le falta razón… Ahora os vamos a subir la ficha y la nómina a todo el equipo. Vas a ganar más dinero. Y me temo que para lo que ingresarás mensualmente será insuficiente con un fondo a plazo fijo. Dile a Inmaculada que va a tener que empezar a pensar en invertir el dinero. Dile que si quiere asesoramiento ya sabe donde encontrarme. Que no tiene más que venir por aquí y decir abajo que es la madre de Piquito.
—Sí, ahora ya me conocen en seguridá, jaja —rió Piquito—. ¿Pero usté de qué la conoce? —inquirió un tanto receloso, mirando fijamente a los ojos de López.

López quedó cortado. No esperaba esa pregunta tan de sopetón. Y menos el tono suspicaz que empleó Piquito.
—Bueno, hablamos con ella cuando te subimos al primer equipo —mintió López—. ¿Cómo está Inmaculada?
—Está bien. Estamos bien. Me gustaría ganar mucho dinero pa’ que dejara de trabajar. Pero creo que entós ella no sabría q’hacer. S’ha pasao to’a la ví’a trabajando por mí.

López albergaba una duda desde hacía años. Y quizá haciéndose el tonto, hoy fuera el día en que pudiera disiparla.
—¿Y tu padre? ¿Qué dice? —pero su voz se quebró imperceptiblemente sabedor de la situación familiar del chaval.
To’l mundo sabe que no conozco a mi padre. Mi madre es madre soltera. Y a mucha honra, señor López —se estiró Piquito—. Mi abuelo es como si fuera el padre que no tengo. Estamos mu’ uníos.

Cuando Inmaculada cayó enferma de gravedad envió al chaval al pueblo, con su padre de ella. El viejo la había repudiado por quedarse embarazada estando soltera, y desconocía el recibimiento que brindaría al niño. Pero con la enfermedad y el ingreso hospitalario no le quedó más remedio. El abuelo había reaccionado como era de esperar. Cuando vio al niño de tres años en el umbral de la puerta de su casa de campo se ablandó. Desde entonces Piquito y el abuelo se hicieron inseparables.

Piquito no sabía nada de aquella desavenencia familiar que duró cuatro años. Siempre recordaba a su abuelo a su lado, cuando hacía falta. No entendía la vida sin su abuelo y sin su madre.

Cuando Inmaculada se hubo restablecido se encontró en el paro: no le renovaron el contrato. Y no le quedó más remedio que recurrir a López. Tan sólo le pidió un trabajo que pudiera desempeñar. López le había conseguido un empleo pero no pudo hacer mucho más por ella. Por aquel entonces aún no era el gran empresario en el que se convirtió pasado el tiempo.

Quiso el destino que a la vuelta de los años el hijo de Inmaculada fuera la estrella del equipo que López adquirió mucho después.

—¡Ah!, lo lamento. No lo sabía —volvió a mentir López. Al menos ahora sabía que al chaval no le habían engañado—. ¿Y no te gustaría conocer a tu padre?
—¿Pa’ qué? Estamos mu’ bien así. Seguro q’un padre ahora lo estropearía to’. Ya tengo a mi madre y a mi abuelo.

(Continuará…)