—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El gol de cabeza (3)

(Lee la entrega anterior)

La historia de Francis (hasta el minuto 90)
—Francis fue un jugador del Rayo de Mospintoles allá por los años sesenta, cuando nuestro Rayo pastaba por los campos de Regional Preferente –Roque había adoptado la actitud de un docente, no en vano era un estudioso experto en la materia–. Francis no estaba especialmente dotado para el fútbol, pero el equipo no era muy exigente. Casi todos los jugadores eran de Mospintoles y eso mantenía unido al grupo. Tampoco Mospintoles era lo que ahora conocemos.
—Tampoco lo eran los rivales, ni se jugaba tan profesionalmente como ahora en cada categoría –apuntilló el subinspector.

» —Corría el minuto ochenta y cinco más o menos y el resultado era de cuatro a cuatro habiéndose alternado en el marcador uno y otro equipo.

—Terminaba la temporada 1968/69 y el Rayo estaba en posición de ascender a la tercera división. Fijaos que han pasado cuarenta años. Se dio la circunstancia de que el último partido lo tenía que jugar como local contra el Alcorcada, nuestro eterno rival de toda la vida. Y ellos también se jugaban el ascenso en aquel partido. Pero un empate podría dejar a los dos equipos sin pasaporte a Tercera, pues había otras dos escuadras en liza.
—Tampoco existía de aquella la Segunda B –Cañeque volvió a meter baza.
—Ni los partidos ganados valían tres puntos, sino dos. Os podéis imaginar que en aquella época ese encuentro fuera el partido del morbo. No hubiera dado nada por pitarlo. Vino gente hasta de Madrid, y la Guardia Civil, y los grises, la Policía Armada, quiero decir, antecesores de aquí mi colega, tomaron posiciones por miedo a que la cosa futbolera se desmandara. Incluso hay quien asegura que en el Gobierno Civil se llegó a hablar de suspender el partido.
—Lo que es hoy Delegación del Gobierno –el subinspector no perdía ocasión de meter cuchara.
—Ya os imaginaréis que no se habló de otra cosa en toda la semana, y la tensión que hubo para unos chavales que jugaban al fútbol básicamente por divertimento, y la responsabilidad de que se fueron empapando durante los días previos. No había un vecino de Mospintoles que no estuviera pendiente del partido, y se paraba a los jugadores por la calle para exhortarles a la victoria. Una situación así sólo se ha vuelto a vivir el año pasado, pero de forma más civilizada.
—Sí, en aquellos años España era algo salvaje, jeje –Cañeque no quería ser relegado por la clase magistral que estaba dando Roque.
—Cuentan quienes vieron el partido que, pese a lo que pudiera presuponerse, fue de guante blanco. De Alcorcada vinieron varios autobuses para animar a los suyos, pero aunque se dieron varias intervenciones policiales entre el público, los jugadores lo bordaron. Se dice que todos sin excepción estaban enchufados ese día, y hubo muchos nervios entre las aficiones porque los delanteros se imponían una y otra vez a las defensas.

Roque hizo un alto y observó que el subinspector Cañeque, por fin, había dejado de entremeterse y escuchaba atento.
—Corría el minuto ochenta y cinco más o menos y el resultado era de cuatro a cuatro habiéndose alternado en el marcador uno y otro equipo. Otro gol podía caer en cualquier momento dejando al rival sin tiempo para reaccionar. Recordad que no habría prórroga pues se trataba de un partido de liga. El silencio se hizo por fin en torno al campo. Las aficiones, cansadas de jalear y en suspense permanente, contuvieron el aliento durante esos últimos minutos. Había en juego más que un ascenso; planeaba sobre el partido la honra local de cada pueblo. Como digo, los últimos cinco minutos se vivieron en silencio por parte del público, con el alma en la garganta con cada internada, ora de unos, ora de otros. Los chavales estaban exhaustos, pero haciendo gala de pundonor seguían corriendo como galgos.

Roque hizo otra pausa. Él también se había ganado el silencio de su público, nutrido el grupo con varios curiosos que habían acudido a la sucursal al ver el inusual despliegue policial.
—Se entraba ya en el minuto noventa, o eso se dijo en alta voz desde uno de los banquillos, cuando uno de los tres Francis que jugaban en el Rayo, el que llamaban Francis “el sereno sereno”, y esto es porque era sereno y abstemio, y compartía oficio con otro que era bastante más borrachín de lo que debía; digo que este otro Francis se internó por la banda izquierda del ataque, la derecha para los defensores del Alcorcada. En ese momento el árbitro, que corría hacía el área de penalti siguiendo la jugada, miró el reloj, y alguien de entre el público, atento al gesto, dijo a voz en grito: “No se te ocurra pitar ahora que atacamos”.

(Continuará…)