—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El gol de cabeza (y 4)

(Lee la entrega anterior)

La historia de Francis (desde el minuto 90)
Roque guardó silencio, midiendo los tiempos, y miró a los circunstantes.

» —Pues pasó que el árbitro, cuando el balón salió de las botas de Francis el sereno sereno y justo antes de que este Francis cabeceara […]

—Francis “el sereno sereno” llegó hasta la línea de fondo sin poder colgarla al área porque el defensa le había cerrado muy bien el hueco para el pase. Cuando se le acabó el espacio frenó y quiso regatear volviendo sobre sus pasos, pero otro defensa llegaba a reforzar la cobertura. Desde la esquina, un aficionado dijo en voz alta: “pásala como sea que pitan el final”, y Francis “el sereno sereno” reaccionó como un autómata, chutando como pudo con la derecha, que era su pierna mala, y cayendo al suelo, desequilibrado. El pase, defectuoso como era de suponer, salió hacia el pico del área opuesto, es decir, hacia el lado derecho del ataque. Allí llegaba este otro Francis, el que suponemos el atracador de hoy, un muchacho un tanto enclenque, escuálido, de fina técnica en el regate pero que tampoco tenía nada más. Le dio de cabeza a uno de aquellos balones de cuero con las costuras por fuera que te dejaban la marca en la frente para tres días. El cabezazo sonó a hueco y Francis también acabó por los suelos, pero el balón cogió un efecto raro y fue hacia la escuadra contraria, a la izquierda del ataque, cogiendo a contrapié al portero del Alcorcada. Aquel balón nunca hubiera entrado tal y como se cabeceó, pero pegó en el poste y con ese efecto raro que llevaba cayó mansamente dentro de la línea de gol. Fue un jarro de agua fría para los del Alcorcada, que nunca más levantaron cabeza, futbolísticamente hablando, y ahí siguen, en Preferente. Al año siguiente, el Rayo que debutaba por primera vez en Tercera, fichó a los mejores jugadores del Alcorcada para reforzarse y mantener la categoría. Esta es la leyenda de Francis y su gol de cabeza.

Los presentes aguardaban el corolario de la exposición de Roque. Todos conocían la historia, pero les gustaba escucharla siempre que fuera bien narrada.
—El gol supuso el despegue futbolístico del Rayo, aunque luego se dormiría en la tercera división, hasta que llegó López con sus billetes. Y hubiera sido olvidado pronto porque al año siguiente Francis no jugó ni un sólo partido, relegado por la calidad de los refuerzos. Pero la polémica quiso que ese gol diera la vuelta a España.
—¿Pero qué fue lo que pasó? –quiso saber la subdirectora, que no era natural de Mospintoles.
—Pues pasó que el árbitro, cuando el balón salió de las botas de Francis “el sereno sereno” y justo antes de que este Francis cabeceara, se llevó el silbato a la boca para pitar el final del encuentro. Para cuando el balón salió de la cabeza del muchacho ya había dado el primer pitido, y justo en ese momento se arrepintió, pero ya era tarde. Cuando el balón pegó en el poste dio el segundo pitido pero tuvo la presencia de ánimo, y los reflejos, de alargarlo, coincidiendo con el bote del balón. Tenía el brazo en alto, pero se giró y lo bajó mientras corría hacia el centro del campo concediendo el gol. Fue todo en un instante. Os podéis imaginar las protestas de los rivales, pero hubo una invasión del campo por parte del numeroso público local, típica en aquellos años, y allí concluyó el partido. Sin embargo, en los despachos, las protestas se elevaron hasta la federación, y fueron llamados a atestiguar los guardias y los policías que estuvieron presentes en aquel partido, todos residentes en Mospintoles. Curiosamente no encontraron a ninguno que hubiera estado atento a los últimos minutos del partido. Al final tuvo que mediar el alcalde de Mospintoles, que tenía mejores contactos en el Gobierno Civil que su homónimo de Alcorcada y el Rayo se aseguró los dos puntos. He sabido que el argumento con que se acallaron las protestas es que con el empate el Alcorcada nada ganaba, y que sería positivo para la zona que al menos uno optara al ascenso.
—Pero entonces el gol fue ilegal…, desde el más estricto sentido del reglamento, quiero decir –la subdirectora casi se lía, pero rectificó a tiempo para no convertirse en impopular entre los vecinos de aquella barriada.
—Estrictamente no lo sé. No se llegó a dar el tercer pitido que señala el final del encuentro. Yo he hablado con aquel árbitro hace unos años, y le pregunté por su precipitación, y por qué no aguardó a que acabara la jugada. ¿Queréis saber lo que me dijo?

La pregunta era retórica, innecesaria, pero Roque saboreó unos instantes más la expectación que había creado.
—Me dijo que cuando vio que el pase del extremo zurdo era defectuoso no pensó que nadie llegara al balón, pues daba por sentado que todos estaban ya dentro del área, y no estaba dispuesto a permitir una segunda jugada porque habida cuenta de la tensión con que se había vivido la semana previa, se daba con un canto en los dientes saliendo indemne del campo. Cuando vio que el balón entraba se dijo que, después de todo, estaba en Mospintoles, y que loco sería si se complicaba la vida él solito. Y pitó gol, porque… ¡ancha es Castilla!

(Continúa en el siguiente cuento)