—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Rumbo a Glasgow (y 4)

(Lee la entrega anterior)

Sebas se quedó mirando al chiquillo. No podía ser que con trece años no supiera nada de la reciente historia de España. ¡Qué cojones enseñarían en el colegio y en el instituto…?
—Mas bien era gallego. De El Ferrol, en La Coruña.
—¿Pero era del Depor o del Madrid, papá?
—De aquella el Depor como que ni fu ni fa…  El carca este era del Real Madrid. O mejor dicho, se hizo del Madrid.
—Natural, papá. Como que es el mejor equipo del siglo XX.
—Más bien él hizo que el Real Madrid fuera el mejor equipo del siglo XX, Sergio.
—¡Hostrís! Entonces me cae de chupa, papá. Pues si que era importante. Seguro que fue presi del Madrid después de Bernabéu.

» Si te pregunta le dices que nos robaron en el avión […]

Sebas suspiró. Por lo visto su hijo sólo pensaba en clave de fútbol y ni siquiera tenía claras las fechas.
—¿Sabes lo que te digo, Sergio? Que no vamos a Glasgow.
—¿Quéeee…?
—Mira chaval; no te lo mereces. Te dije que tenías que aprobar y me has traído otro rosco. Tu madre tiene razón. Don Faustino tiene razón. Y Manolo también tiene razón… Pero menos.
—¡Hombre, papá! No me joribies, que yo quiero ver al Torres… Bueno, y al Puyol y al Cesc… —dijo como para contemporizar—. Y al Busquets, y a Iniesta, y a Piqué…
—No voy a picar, Sergio. Si nos íbamos a Glasgow tan temprano era para hacer algo de turismo, que aquello es la cuna del fútbol. Pero no te preocupes, que vamos a ver el partido en pantalla supergigante aquí en Madrid. Rodeados de más aficionados de los que habrá en Glasgow.
—Pero papá… —protestó una vez más Sergio—. ¿Y tu gorra? No la vas a poder vender…
—A la mierda la gorra, Sergio. La voy a dejar en el coche y el turismo lo vamos a hacer en Madrid y alrededores. Te voy a enseñar quién era el Franco ese. Una lección de historia que te va a dar tu viejo gratis. Vamos a ir a ver un par de monumentos y yo te voy a contar la verdadera historia de un golpista sublevado.

Sergio, que conocía a su padre y sabía de su resolución, lo intentó una vez más:
—Joer, papá… ¿Y las entradas?, ¿y los billetes de avión…? Has gastado el dinero para nada… Nos vamos y me cuentas quién era el Franco ese en el avión.
—Lo de la pasta es cosa mía. Y ahora quiero, y tengo, que enseñarte algunas cosas que sólo se pueden ver aquí en Madrid… Y te contaré algunos secretos familiares que ya tienes edad para saber.
—Cuando se entere mamá te va a caer una gorda, por tirar así el dinero.
—Pero es que mamá no se va a enterar, que-ri-do… —arrastró el padre las palabras sibilinamente—. Vamos a volver a casa de madrugada, como si hubiéramos vuelto en el avión de regreso. Y nadie en Mospintoles va a saber que no hemos estado en Glasgow, ¿ver-dad? —al silabear Sebas intensificó su mirada clavándola en los ojos de Sergio.
—Y cuando me pregunte, ¿qué quieres que le diga…? —Sergio representaba el papel de futura víctima de su inquisidora madre.
—Ni te va a preguntar… Voy a estar comiendo morros veinte días por lo menos. O un mes… ¡Al tiempo!
—¿Y cuando vea que no traemos nada de allí?
—No seas retorcido… Si te pregunta le dices que nos robaron en el avión, que nos quedamos dormidos, y ya está.

Agarró a su hijo por la manga de la zamarra y lo condujo hacia la calle, en dirección al BMW.
—Joer, papá, me quedo sin ir en avión. Y todo por el Franco de las pelotas. Pues ahora a mí también me está amargando la vida, como a ti y a tu familia. Que sepas que ya no me cae tan bien…

Sebas se permitió una privada y amarga sonrisa. Y sin darse cuenta de cómo, cuando llegaron al coche iba abrazando a su hijo por encima de los hombros.