—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Segundos fuera (2)

(Lee la entrega anterior)

Don Faustino pidió su infusión de costumbre y se fue a sentar en silencio en la mesita del fondo desde la que se dominaba todo el bar. Cuando Manolo se la sirvió ya sabía que algo rondaba por la cabezota de su antiguo colega de mil batallas, no todas ganadas a pesar de que habían sido justas.
—Qué habrás armado, Faustino, que andas tan callado.
—Me he dejado convencer para asistir a una exhibición de hombres dándose tortazos sin más objeto que tumbar a su semejante.
—No habrás comprado entradas para esa barbaridad del valetodo…
—No he comprado nada, que me van a invitar. Y lo único que vale en lo que voy a ver es atizar fuerte en la cabeza de quien esté delante.

» —¡Pero si están casi desnudas! —las chicas vestían un tanga que ni se veía con la escueta bata que llevaban.

Manolo se rascó la cabeza. Aún no sabía de qué hablaba don Faustino.
—Pero vamos a ver, hombre de dios. Vas a ver peleas de qué… De boxeo, de kickboxing o de valetodo.

Don Faustino miró extrañado a Manolo:
—¡Ah, pero es que hay más formas de darse leches hasta que uno caiga al suelo?
—Pues claro, hombre. A mí lo que me gusta es el boxeo, aunque al kickboxing no le hago ascos. Pero eso de la jaula no me gusta que no lo entiendo.
—Y tú dónde ves esos… deportes, si aquí no hay tele.
—¡Toma, mira éste! A ver si te piensas que cuando me voy a casa me dedico a la vida contemplativa.
—Yo en casa leo, escribo… Y hago mis pinitos tocando un piano.
—¡Toma, mira el asceta éste! A ver si te piensas que soy un monje… o un trol…
—Pues mira, no lo sé. Dímelo tú.
—Faustino… Que estás de mal café y aquí te dejo contigo mismo.

Don Faustino rectificó su actitud. No le era difícil hacerlo con la única persona a quien podía considerar amigo:
—No. Perdóname. Es que he ido al taller de Matute y me he dejado convencer para acudir este fin de semana a ver boxear a Juanmi, y ni me gusta el boxeo ni me apetece ir.
—¡Coño!, el chico de la Lupe. Me han dicho que es un superclase, aunque sólo tiene cinco peleas profesionales. Mira tú por donde que yo tenía ganas de verle actuar. ¿Y adónde te llevan si puede saberse?
—A ningún sitio. La granvelada es aquí, en Mospintoles.
—¡No! Pues yo no me la pierdo. ¿Y a cuanto dices que sale la entrada?
—A mí a nada, que me van a invitar.
—¡Toma, mira el don importante éste! Le van a invitar. Pues podías hacer algo para que la invitación se hiciera extensible a tu amigo…

Don Faustino miró a Manolo a los ojos:
—¿Pero estás seguro de que quieres ir?
—¡Toma, mira al aburrido éste! Porque a ti no te guste el boxeo a los demás no tiene por qué dejarnos indiferentes. ¿Pero es que no recuerdas que yo he boxeado cuando era mozo?

El viejo profesor no recordaba nada, pero sacó su móvil y llamó a Sebas.

* * * * * * * * * * *

Los combates comenzaron con casi una hora de retraso. Don Faustino estaba sentado en el ringside entre Manolo y Sebas, quienes le informaron de que aquello era lo habitual, y el viejo cascarrabias se había negado a entender semejante protocolo. Por un lado existía la obligación legal de comenzar a la hora anunciada según consta en la legislación de espectáculos públicos, y por otra, si lo habitual era comenzar una hora tarde, hubieran anunciado el boxeo para una hora más tarde.
—Entonces, Faustino, empezarían una hora después —había concluido Manolo—. Estate sentado y calladito. Este tiempo de espera se emplea en saludar y charlar con los conocidos que andan por aquí.
—Pero si sabías que esto empezaría con retraso hubiéramos venido media hora más tarde.
—¡A callar, leche!, que no estás en el aulario, Faustino. No te comportes como un crío y mira para esas animadoras, qué majas están.
—¡Pero si están casi desnudas! —las chicas vestían un tanga que ni se veía con la escueta batita que llevaban—. ¿Qué se suponen que van a hacer esas chiquillas?
—Animarnos la velada, don Faustino. Son las que anuncian el asalto que se va a disputar —y diciendo esto Sebas sacó un soberbio Montecristo que comenzó a prender delante de las narices de don Faustino.
—¡Sebas! Está prohibido fumar en los edificios Administrativos…
—Joder Faustino, vas a darnos la nochecita, ¿eh? —resopló Manolo—. Esto no sería una velada de boxeo si no se pudiera fumar. ¿Para qué crees que han puesto esta moqueta barata?

(Continuará…)