—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El Estado aprieta pero no ahoga (1)

«La leyenda de Francis» – tercera y última parte
(Quizá quieras leer antes la primera parte…)

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completa

Sonó el móvil de María, sobresaltándola. Era López.

~¿Estás viendo el canal autonómico, María?

~No me hace falta –María se mostraba fría, contrariada como estaba. Ni siquiera la voz de López la animó, y el empresario captó la dureza en la inflexión de voz de la dama.

~¿Qué quieres decir?

~Que estoy aquí mismo. Ahora tengo que dejarte –y colgó sin mediar más palabras.

» En la canchita de baloncesto se había iniciado una discusión. Marcial, que no estaba dispuesto a que unos negros indocumentados se le subieran a la chepa […]

López maldijo para sus adentros. El Rayo se disponía a celebrar una serie de galas para homenajear a sus viejas glorias, y Francis, éste Francis, el del gol de cabeza, iba a ser el primero. Ya estaban informadas las dos federaciones –la madrileña y la española–, los clubes vecinos y los clubes madrileños de primera y segunda división. Todos habían aplaudido la iniciativa y habían mostrado su disposición para acudir cada cuatro jueves a Mospintoles durante cuatro meses. Todos conocían la historia de Francis el del gol de cabeza. Con esta añagaza López pretendía aumentar su agenda de contactos, no precisamente con objetivos futbolísticos.

—¡Francis!, por última vez; salga con las manos en alto. En treinta segundos derribaremos la puerta y accederemos a la vivienda.

Esta vez el silencio fue interrumpido por la voz ronca de Francis, el del gol de cabeza:
—La puerta está abierta, panda de cretinos.
—Muy bien, salga con las manos en alto, donde las veamos bien visibles –Rosales pensó en lo mal que quedaría esta redundancia en el documental, e hizo una nota mental para doblar personalmente aquella parte. Aún ignoraba que la señal se estaba emitiendo en directo para toda España a través del canal de TeleMadrid en la plataforma digital.

Tras otro largo silencio la voz serena de Francis volvió a llenar aquella insana galería.
—Gánese el jornal, jefe. Entren a por mí. Estoy descansando.
—Puede ser una trampa, inspector –adujo el oficial del equipo, atento al quite–. Podría haber colocado un dispositivo que hiciera volar el edificio si dispone de la dinamita suficiente.

Era cierto que los barreneros, en tiempos de la cantera, disponían de facilidades para sisar dinamita a diario; no existía el control actual.

Rosales pensó rápidamente:
—Está bien, Marcial. Vaya abajo y tráigame la pelota de baloncesto que tenían esos negros. ¡Corra!

El oficial bajó raudo los escalones. Ya en la calle se dirigió al patio donde los negros habían reanudado el baloncesto callejero. El veterano cámara enfocó al oficial Marcial desde la unidad móvil. Igualmente el policía ignoraba que se estaba retransmitiendo en directo. Pidió la pelota a los negros, que se negaron a entregarla. La situación se le complicaba.

En ese momento llegó López en su 4×4 acompañado de Basáñez. No vio la cinta de balizamiento que Bermúdez había vuelto a colocar y se la llevó por delante. La cinta estaba rota por tantos sitios que el policía, pacientemente, se dispuso a sustituirla por una nueva. El sargento, enérgico, se fue hacia López, que conducía aquel Audi Q7, dándole el alto. María, reconociendo el lujoso vehículo del empresario, llamó al veterano de las COE pidiéndole que les dejara acercarse a la unidad móvil.

—¿Qué está pasando? –López, junto con Basáñez, se llegó hasta donde estaba María–. Se está enterando todo Madrid de que Francis es una vieja gloria del Rayo…
—A estas horas la señal debe estar en el canal internacional –cortó María malhumorada–. No me digas nada. En el partido íbamos a homenajear a Francis dentro de quince días.
—¡La semana que viene organizábamos una gala para homenajearle por aquel gol de cabeza! Estamos jodidos… –concedió López reconociendo que María también iba a ser víctima de una nefasta publicidad.

En la canchita de baloncesto se había iniciado una discusión. Marcial, que no estaba dispuesto a que unos negros indocumentados se le subieran a la chepa, decidió pasar a mayores hablando en voz baja y tensa al maromo que retenía la pelota.
—Mira hijo de puta, como no me des la pelota ahora mismo te empapelo hasta los huevos. Y como estés ilegalmente en mi país te van a dar por el culo a ti y a toda tu puta familia. Por mis cojones que salís cagando hostias de aquí –dicho lo cual echó mano a la cartuchera sin desenfundar el arma reglamentaria.

(Continuará…)