—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El regreso del pasado (3)

(Lee la entrega anterior)

La entrevista con el joven profesor de gimnasia le aclaró algunas cosas pero también le había dejado varias dudas. ¿Era tan necia la Administración educativa como para abandonar a la intemperie a un profesor agredido? ¿Le mentía Carlos al referirle que esa mañana altos dirigentes de la Inspección le habían amenazado sibilinamente con represalias si no se avenía a razones y retiraba la denuncia? ¿Al informarle de ello la estaba autorizando a que lo contara al público, pese al evidente riesgo laboral que eso podría acarrearle? ¿Era sincero cuando le manifestó que el ejercicio de la profesión de docente le había decepcionado?

Susana intentó ponerse en contacto con alguien importante de la Delegación pero nadie quiso dar la cara y hablar con ella. Ahora, estaba de vuelta en Mospintoles e intentaba localizar a López. Tenía una espinita clavada con el presidente del Rayo y protector suyo, creía.

Tras la muy desagradable charla con Evaristo, una cruel pregunta le martilleaba el cerebro: ¿estaba siendo utilizada por López? Y, de ser cierto, ¿qué actitud debía tomar? No estaba dispuesta a hacerse la estrecha si con ello perdía la oportunidad de trabajar, de coger experiencia y de hacerse un hueco en el mundillo periodístico pero tampoco quería perder totalmente su independencia profesional y la dignidad personal. No se quedaría en la estacada por culpa de no saber tragar con lo que le echasen, pues siempre habría alguien dispuesto a sustituirla, pero tampoco era cosa de convertirse en una marioneta en manos ajenas con el riesgo evidente de que cualquier día la dejasen abandonada y rota en cualquier esquina. Llegó a la conclusión de que ser periodista era algo mucho más complicado de lo que había estudiado en la Facultad. ¡Y eso que casi siempre informaba sobre asuntos tan banales como los deportivos!

Entró en las oficinas del Rayo con la esperanza de que López estuviera allí. Las llamadas a su móvil no daban señal. Subió las escaleras convencida de que había tenido suerte. Uno de sus coches estaba aparcado en el recinto privado. Justo cuando abrió la puerta para entrar salía López junto a Basáñez.
—Me gustaría hablar con usted, presidente –dijo Susana con una sincera sonrisa.
—Eres una excelente perra de presa. No has parado hasta encontrarme…

» No hacía falta ser una lince ibérica para darse cuenta que la aproximación física que pedía López a Susana no iba a ser simplemente para que le oyera mejor.

A Susana se le heló la sonrisa. Miró a Basáñez y éste le levantó una ceja como queriendo decirle: López es así, desconcertante y enigmático. Yo también estoy acostumbrado…
—Lo siento –atinó a responder Susana–, discúlpeme si llego en mal momento.
—Nunca es mal momento, sólo que deberías entender que si no me pongo al teléfono es porque tengo cosas mucho más importantes que hacer o porque no hay nada importante que decir.
—Estoy investigando el caso de la agresión en el Instituto y… –López la interrumpió.
—No quieres que ocurra como con el caso Francis, en que nos dejaste con el culo al aire creyendo hacernos un favor, ¿es así?

Susana asintió con la cabeza. López le puso la mano en el hombro y dijo a Basáñez:
—No hagamos esperar a nuestros invitados. Dígales que en diez minutos me reúno con ellos.

El fiel escudero de López ya se lo esperaba, así que no dijo ni palabra. Saludó a sus acompañantes con un gesto que quiso ser de complicidad y bajó las escaleras blandiendo las llaves del Audi mientras pensaba para sus adentros: no me mientas, pillín, no creo que echar un polvo te lleve sólo diez minutos.

Una vez dentro del despacho de López, la situación se volvió más tensa de lo que Susana esperaba, a pesar de que los dos estaban solos.
—Escúchame, Susana. Confío en ti y sé que todo lo que publicas sobre el Rayo es veraz y sensato, pero eres impetuosa y te falta un poco de experiencia así que sólo te pido dos cosas: que me mantengas al margen de las informaciones salvo que yo te lo autorice expresamente y que todo lo que digas o escribas sobre nuestro club lo contrastes antes con alguien de confianza de la casa.
—Es eso lo que estoy intentando hacer desde ayer llamándote insistentemente por teléfono.
—Olvídate de mi móvil y del correo electrónico. Soy yo quien se pondrá siempre en contacto contigo.

Susana respondió a López que así lo haría y, notándolo más relajado, quiso plantearle lo que llevaba dando vueltas en su cabeza durante las últimas horas del lunes y las de hoy martes.
—Te agradezco enormemente la confianza que has depositado en mí y espero no defraudarte. Me gustaría saber tu opinión acerca de ese Remigio que ayer intentó agredir a los profesores. La gente dice que trabaja de guardia de seguridad en tu empresa de transportes. ¿Lo conoces?
—Sentémonos en el sofá, Susana.

No hacía falta ser una lince ibérica para darse cuenta que la aproximación física que pedía López a Susana no iba a ser simplemente para que le oyera mejor. Una vez juntos, López intentó sincerarse con la muchacha.
—Sí, Remigio trabaja para mí desde hace bastante tiempo. No es un tipo fácil de trato pero a mí nunca me ha dado un problema. Desde que murió su joven esposa no anda bien del coco. Más que un juez que lo ponga en la sombra varios años, lo que necesita es un psiquiatra. Está muy volcado en su hijo y en su faceta de aficionado, pero se está pasando de la raya…
—Me comentan que ha creado una peña…
—Sí, “Aúpa Rayo”. Sólo el nombrecito ya te da una idea de la altura intelectual del amigo. Yo creía que el fútbol le interesaba muy poco pero de un tiempo a esta parte le ha entrado un furor increíble. Va diciendo por ahí que siente los colores del Rayo más que yo y… eso no puede ser.
—Es un ultra y un violento…
—Bueno… no exageremos… sólo que cuando se le cruzan los cables puede hacer alguna tontería. Debe estar pasando por un mal momento. Esa peña la ha creado al margen del Rayo y acabará diluyéndose como el azúcar en el agua. Te lo aseguro, Susana.

» López, mientras la escuchaba atentamente, pasó a la segunda fase. En aquella habitación hacía demasiado calor y a alguien le sobraba un poco de ropa. La joven seguía hablando, midiendo muy bien sus palabras, al tiempo que se dejaba hacer.

López cogió entonces la mano de la periodista. La comida de negocios podía esperar unos minutos más porque lo que ahora le pedía el cuerpo era relajarse con aquella chica de piel morena, lozana y fresca. Susana ya se había dado cuenta de la jugada. Aprovecharía para intentar resolver sus dudas. Así que mientras iba cediendo centímetros de piel a aquel sabueso disparó una pequeña bengala.
—Me tienes echa un lío. ¡No te entiendo! Gracias a ti estoy en una situación profesional excelente, pero… ando desconcertada. No atender a mis llamadas desde ayer me ha planteado dudas. Dudas de saber si sigues apostando por mí –López, mientras la escuchaba atentamente, pasó a la segunda fase. En aquella habitación hacía demasiado calor y a alguien le sobraba un poco de ropa. La joven seguía hablando, midiendo muy bien sus palabras, al tiempo que se dejaba hacer–. Ayer… tuve la sensación de que Evaristo me daba órdenes tuyas mientras me rehuías a mí…
—Está bien… –López se dio cuenta que de seguir Susana por esos derroteros a él se le irían todas las ganas de comerse su piel morena–. He cometido un gran error… Le di órdenes de que te encomendase el caso del Instituto porque te veo mucho más capacitada que él y porque necesitamos subir la audiencia. A Evaristo no le sentó nada bien mi decisión, al fin y al cabo es el jefe de deportes de la emisora, y aunque no me lo demostró abiertamente me consta que tú estás pagando las consecuencias.
—Sí, se ha vuelto más insolente e insoportable que nunca. Lo estrangularía porque me siento acosada, denigrada….
—Quizás haya llegado el momento de apartarlo de la radio… aunque no será tan sencillo. Probablemente debamos esperar a que cometa un gran error. El mío fue decirle que te insinuara discretamente que no quiero que el caso de Remigio nos salpique a mí ni al Rayo. Ya sabes que muchos están dispuestos a aprovechar cualquier pequeña casualidad para hacer daño. Hay que adelantarse a ese posible intento y desactivar su estrategia. Evaristo se ha debido tomar mi insinuación tan al pie de la letra que merecería que lo estrangulases con esas manos de seda que tienes…

López ya había avanzado las suyas a una altura de no retorno, así que Susana se dio por convencida en sus dudas. Mientras se dejaba querer y pasaba también al ataque, por la mente de la joven periodista pasó un negro nubarrón. Se le ocurrió pensar en el difícil porvenir que tendría si justo en aquellos momentos daba un guantazo a López, se abrochaba el sostén y salía del despacho dando un sonoro portazo. Tal posibilidad la descartó inmediatamente.

* * * * * * * * * * *

—¡Hijo! ¿Cómo estás?

Remigio se abalanzó hacia Julio y lo abrazó efusivamente. El chaval se encontraba sentado en la cama del hospital, leyendo una revista deportiva. Cuando quiso darse cuenta de la escena ya tenía encima los robustos brazos de su padre dándole un gran apretón.
—¡Cuidado, papá, me haces daño!
—¿Estás bien? ¡Dime que estás bien!
—Sí, papá, estoy bien. ¿No te lo han dicho? Seguramente mañana me darán el alta…

Antes de irse del hospital camino de la Comisaría, Remigio había pedido al inspector que le dejase ver a su hijo. Cañeque le miró de arriba abajo con una expresión de sorna y aceptó la idea. Esperaba contrarrestar la filípica que le había largado instantes antes tras el intento de evasión. Le quitó las esposas, le dijo –amenazador– que no hiciese ninguna tontería y se quedó en el pasillo.
—Entonces no te van a quedar secuelas ni molestias…
—Ha faltao el canto de un duro. Todavía no sé porqué hice aquello…
—Ese hijoputa tendría que trabajar en el campo, plantando boniatos… Seguro que le dieron el título en una tómbola…
—No empieces, papá. Le he visto las orejas al lobo… Los médicos me han dicho que podía haberme quedao paralítico para toda la vida…
—Por culpa de ese cabrón…
—¡Basta ya! ¿No me estás escuchando? –Julio levantó tanto la voz que Cañeque asomó la cabeza por si ocurría algo grave–. Te estoy diciendo que estoy completamente arrepentío de lo que hice. Fue una tontería mía para hacerme el chuli ante los coleguis. Quise hacer la voltereta en el aire y resbalé y…

Julio se llevó las manos a la cara. Volvió a revivir aquellos momentos una vez más. Esos instantes que no le habían abandonado en las largas horas de hospital. Remigio no sabía qué decir. El mundo se le había caído al suelo. Empezaba a darse cuenta del grave error que había cometido intentando linchar a aquel joven profesor pero no dio su brazo a torcer.
—Por mucho que quieras autoinculparte, ese tipo…
—¡Vete, papá! ¡No quiero verte!

Remigio se quedó blanco como la leche, o la harina, o la luna. Jamás se le habría ocurrido pensar que su hijo le levantaba la voz y que le recriminaba algo.
—Te han comido el coco, ¿verdad?
—Sólo te estoy diciendo que me equivoqué, que soy yo, y únicamente yo, el culpable de lo que ha sucedío –los ojos de Julio se humedecieron–. Siempre he sío un mal estudiante pero nunca he echao la culpa a los profes. Sólo me queda el fútbol, padre. Es lo único que puede hacer que no sea un fracasao… y he estao a punto de estropearlo todo por querer presumir ante los colegas. Si cuando entreno y juego al fútbol soy muy disciplinao y obedezco siempre las órdenes que me dan, ¿por qué no soy así cuando no tengo una pelota en los pies?
—Te han comido el coco, Julio. Estas cosas tú no las decías antes de entrar aquí. Tu madre…
—¡Deja en paz a mi madre! –Julio se mordió los labios fuertemente hasta hacerse sangre.

» El ataque de ira le llevó a abalanzarse contra su hijo, quien viéndole venir empezó a gritar pidiendo ayuda.

Daba la impresión de que tenía algo muy importante que decirle a su padre pero que el nerviosismo y el miedo se lo impedían. Hasta que lo vomitó:
—Tú mataste a mi madre… Le pegabas… No la querías –el chaval rompió a llorar–. Ni me quieres… Estás loco… Lo que ibas a hacer en el instituto era de locos….No quiero volver a verte…

Remigio se quedó otra vez en blanco pero pronto recobró su color natural. Una ola de sangre le subió cuello arriba hasta llegar a la cabeza y hacerle sentirse impotente para controlarla. El ataque de ira le llevó a abalanzarse contra su hijo, quien viéndole venir empezó a gritar pidiendo ayuda. Esta vez Cañeque se asomó de cuerpo entero y viendo la escena entró raudo. Intentó agarrar a Remigio pero su fuerza era imparable. No lo dudó: le arreó un fuerte golpe en la nuca dejándolo para el arrastre. Aquel hombre no era un hombre, era un toro capaz de cornear a todo el que se le pusiese por delante. Incluido su propio hijo.

(Continuará…)