—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El regreso del pasado (y 4)

(Lee la entrega anterior)

—Don Faustino, ¿cómo me ve?
—Al final del túnel, hijo. Pronto estarás marcando goles por esos campos del diablo. Encima, cada vez te manejas mejor con las palabras, salvo cuando se te olvida y te dejas llevar. Pronto podrás ponerte ante un micrófono con la seguridad de que no vas a dar patadas al diccionario y a la dicción.
—¿A la qué…?
—Déjalo, Piquito. No pretenderás recuperar en un año lo que no pudiste aprender en toda la Primaria y la ESO, pero vas por muy buen camino. Cuando acabe el curso creo que podremos dar por finalizadas estas clases de refuerzo porque ya podrás volar solito y sin miedo.

» Piquito no dejaba de mirar el reloj. Toda la clase se la había pasado ojeando de vez en cuando la hora.

Piquito no dejaba de mirar el reloj. Toda la clase se la había pasado ojeando de vez en cuando la hora. Por eso don Faustino sintió la curiosidad de preguntarle.
—¿Qué, Piquito, tienes una cita?
—No, digo sí… es que he quedao con varios amigos esta tarde. Desde que me lesioné es la primera vez en que los médicos me dejan salir.

En esos momentos profe y alumno escucharon cómo alguien abría la puerta de entrada. Sin duda era Inmaculada, la madre de Piquito, quien en unos segundos haría su aparición ante ambos. Don Faustino no esperaba aquello. Llevaba ya varios meses entrando en casa de Piquito y nunca había coincidido con su madre. Pareciera que le esquivaba. Esta vez, por alguna razón que a él se le ocultaba, iban a coincidir.
—¡Hombre, don Faustino, qué tal, cómo está usted…! –Inma estampó dos besos más bien fríos en las mejillas del viejo profesor mientras que éste aún creía que estaba viendo visiones–. Desde que Piquito dejó el Instituto no he vuelto a verle…
—Sí, y eso que llevo viniendo a esta casa desde hace varios meses…
–Don Faustino dejó la observación clavada en todo lo alto, aunque quiso rectificar sobre la marcha–. Es natural, tenemos horarios tan diferentes…
—Bueno, yo me piro –dijo Piquito, haciendo como que miraba el móvil–. Los amigachos me dicen por SMS que me llevan esperando un buen rato en el portal. ¡Hasta luego!
—Espera, yo también me voy.
—De ninguna manera, don Faustino. Para una vez que coincidimos no me va a hacer ese feo. Quédese y tomamos un café.
—Es que… –el profesor enrojeció visiblemente.
—Por favor…

Inmaculada se lo dijo con un tono tan especial, mitad suplicante, mitad imperativo, que don Faustino sólo supo responder alzando los brazos y asintiendo con una media sonrisa. Piquito besó a su madre y se despidió del profesor. Inmaculada le rogó que se sentara mientras ella iba a poner la cafetera. Qué guapa está, la puñetera, se dijo para sí don Faustino, viéndola marchar. Y volvió a decirse: ay, qué tiempos aquellos, qué tiempos…

* * * * * * * * * * *

—Papi, estoy preocupao.
—No me digas, Sergio. ¿Ya te has dado cuenta que tenéis perdida la Liga?
—No es eso, papi. Si ya lo ha dicho Mourinho, si este año perdemos las tres competiciones ante el Barcelona no pasa nada. Es que ayer, viéndoos discutir a ti y a mamá, me entró mucho miedo…
—Bueno, las discusiones dentro del matrimonio son frecuentes. Es ley de vida…
—Era muy fuerte lo que os decíais…
—¡Me cago en diez! ¿Lo oíste todo?
—Casi todo…
—Pero si discutíamos bajito…
—¡Qué va, si parecía que estabais en el Bernabéu o en el Nou Camp!
—¡Me cago en doce!

Sebas estaba sentado en el sofá, despatarrado como casi siempre, pero las observaciones de su hijo Sergio, que había llegado al salón de manera casi inadvertida, le pusieron muy tenso. Le pidió que le trajese una cerveza del frigorífico, no porque en esos momentos le apeteciera beber sino por ganar unos segundos de tiempo para poner en cierto orden sus ideas. Ya le había extrañado al matrimonio la referencia al “corazón partío” con que Sergio había aparecido justo tras dar por finalizada su fuerte discusión de la tarde del lunes, pero no dieron apenas importancia al asunto. ¿Y a hora qué? Si Sergio había escuchado todo –pese a que habían tenido mucho cuidado en no elevar la voz– seguramente tenían un grave problema con el chico.
—Aquí tienes, papi…
—La verdad es que me apetece más una tila, hijo. Pero siéntate, machote. Conque estuviste escuchándonos poniendo la oreja en la puerta. Eso está muy feo, ¿eh?
—Bueno… estoy en una edad difícil… Eso dice don Faustino…
—¡La madre que lo parió!
—La adolescencia y sus consecuencias. La verdad es que me están pasando algunas cosas raras, papá. Muy raras…
—Desembucha y no me tengas en ascuas que me voy a quemar.
—Empiezan a gustarme mucho las chicas y las mujeres…
—¡No me digas, Sergio! ¡Qué cosa más rara!
—Don Faustino dice que eso es muy normal a nuestra edad, que estamos en el definitivo despertar sexual…
—¡La madre que lo echó! ¿Pero esas cosas os cuenta el depravado…? ¡Y yo que pensaba que os daba lengua española!
—Él no tiene la culpa… Nosotros le preguntamos, a veces nos ha pillado distraídos con Shakira o con Piqué, con Irina o con Ronaldo, según los gustos de cada cual, y se ha puesto a echarnos el sermón y a decirnos que nos comprendía pero que ese no era el momento adecuado de ver a esos mendas. También nos ha dicho que le preguntemos a los padres, que ellos deben ser quienes nos hablen sobre lo que nos está pasando y que la educación sexual también es un asunto de la familia, no sólo del Instituto.
—¡Míralo qué bien! Echándole el muerto a los demás…
—¿Qué pinta aquí un muerto, papi?
—¡Ves, aquí está la prueba! Menos explicacioncitas sobre sexo y más trabajar con el diccionario…
—Pues verás, tengo unas cuantas preguntas para vosotros. Quiero que me contéis porqué siento ahora cosas que antes no sentía o no tenía ni idea. Ah, y me gustaría saber dónde puedo comprar preservativos con garantía. Algunos compis ya lo han hecho.
—¡Jooodeeeer! –el Sebas no sabía cómo ponerse en el sofá. Se tocó la frente y notó que empezaba a sudar la gota gorda–. Eso también es idea del viejo, ¿no?
—Sí, dice que lo que recomiendan los psicólogos y educadores es que los asuntos del sexo los conozcamos de primera mano hablándolo con los padres, porque el sexo es algo natural que todos llevamos dentro y no puede ser que aprendamos las cosas por otras fuentes de información menos responsables.
—Niño, ¿desde cuándo hablas de esta manera tan, tan, tan… bien?
—Es que el tema nos interesa mucho a todos los de la clase. Y el profe lo explica estupendamente y con tanta gracia…
—Pues no sé qué tiene de gracioso el asunto… ¡Jooodeeer! Ahora me vas a decir que te explique cómo vienen los niños al mundo…
—Lo sé todo papi, no me tomes el pelo. También lo saben todos mis compis, pero la cosa es mucho más profunda, más seria de lo que nos contamos unos a otros, de lo que vemos por la tele, las revistas y el internet. Por cierto, ¿los condones que venden por internet son fiables? Don Faustino dice…
—¡No me cites más a don Faustino, leche! Parece un viejo verde…
—¿Qué es un viejo verde?
—Déjalo, nene –Sebas estaba tan incómodo con aquella conversación que prefirió derivarla hacia la discusión que había mantenido con su esposa y que, al parecer, el “nene” se había tragado sin pestañear–. Cuando venga mamá le comentas lo que me has dicho y si ella no te cuenta nada, que estoy seguro que no te va a contar nada, te prometo que en el verano, con las vacaciones, hablaremos largo y tendido sobre el asunto. Respecto a la discusión de ayer entre mamá y yo, quiero que sepas que la quiero mucho, y ella a mí.
—Sí, ya lo oí anoche…
—¿Qué dices? –preguntó algo mosca el Sebas.
—Pues nada, que no podía dormirme dándole vueltas a vuestra discusión, me levanté a beber agua y oí unos jadeos que no veas…
—¡Me cago en la madre que te parió! Pero, Sergio, esas cosas son privadas…
—Pues escucharos me dejó más tranquilo… Algunos amigos míos ya han echao su primer polvo, papi.

» Nos ha dicho que le preguntemos a los padres, que ellos deben ser quienes nos hablen sobre lo que nos está pasando y que la educación sexual también es un asunto de la familia, no sólo del Instituto.

—Ejem… sí… ya hablaremos de estas cosas cuando llegue el verano y las vacaciones
–Sebastián Matute estaba rojo como un tomate mientras su hijo se tomaba aquella conversación más fresco que una lechuga–. Te decía que tu madre y yo te queremos un montonazo de montones pero estamos pasando un pequeño bache, Sergio. A mamá su trabajo le ocupa muchas horas al día y eso le causa demasiado estrés. Yo preferiría que estuviera más tiempo con nosotros pero por ahora no puede ser. Encima está obsesionada con mi afición al fútbol.
—Pero eso es ridículo… Hay millones de hinchas del Barça repartidos por todo el mundo. Y del Madrid… Ahí no tiene razón mamá. ¡Es algo natural, como el sexo!
—¡Exacto! –Sebastián empezaba a darse cuenta que su hijo había crecido por dentro, además de por fuera, y él no se había enterado hasta este mismo momento–. Tienes razón, Sergio. Pero mamá está tan obsesionada con la política y su trabajo que esto no llega a comprenderlo.
—¿Y Susana? ¿Qué pasa con Susana?

Fue un golpe bajo. Aquello sí que era un golpe en todos los testículos. Esta vez no podía aplazar la cuestión al verano y las vacaciones. Sacó un pañuelo del pantalón para secarse el sudor, bebió dos tragos de cerveza y, decidido, dijo:
—Te voy a contar lo de Susana antes de que alguien te diga mentiras o suposiciones… –Sebas acababa de descubrir esa tarde que su hijo Sergio había dejado ya de ser un niño.

* * * * * * * * * * *

Llevaban más de una hora y media hablando, sentados uno cerca de la otra. El tiempo había transcurrido casi sin darse cuenta justo hasta el momento en que una llamada de móvil interrumpió aquel diálogo tan placentero. Era Piquito. Don Faustino, por las breves respuestas de Inmaculada, dedujo que todavía tardaría al menos otro tanto en regresar, lo cual le agradó. Hacía mucho tiempo que no se encontraba tan a gusto charlando con alguien. Quizás porque aquella mujer le traía los únicos recuerdos gratos de cuando estuvo viviendo en Alcorcada, hacía 18 años más o menos. Por aquel entonces ella trabajaba en las oficinas de una inmobiliaria de reciente creación. Recordaba perfectamente que cuando entró se quedó fascinado al verla. Él rozaba los cuarenta, estaba soltero pero con la determinación de sentar por fin la cabeza. Había decidido comprar un piso y los que ofrecía la propaganda de la Inmobiliaria “Tu Casa” tenían muy buena pinta y estaban en inmejorable lugar dentro de la ciudad. Aquella chica le recibió con una amplia sonrisa, aunque el primer lugar de su anatomía al que don Faustino dirigió la mirada no fue a su cara sino a sus pechos, avanzadilla grandiosa de una mujer veinteañera que le miraba consciente de su atractivo. Señor, tenga cuidado con la baldosa que sobresale en el suelo. Más de uno se ha ido al suelo –le dijo en plan chuleta.
—Sé lo que estás pensando, Faustino.
—No me digas.
—Sí, lo veo en tus ojos: cuando entraste en la oficina por primera vez y casi te rompes la crisma por fijar tus ojos en mis tetas. No eras el primero…

» No me disgusta hablar del pasado contigo porque, además de compartirlo un breve tiempo, ha marcado demasiado mi futuro y aunque las cosas no me han ido tan bien como por aquel entonces soñaba, no me puedo quejar.

Don Faustino se rió con una carcajada tan rotunda que sintió cómo su cuerpo recobraba viejas energías ya desaparecidas por culpa de la edad. Y eso que con el poli Cañeque, esa misma mañana, también se había reído de lo lindo. Estaba fantásticamente bien, qué demonios, al lado de Inma. Había recobrado aquella vieja química que mantuvo un par de meses con ella, allá en Alcorcada, y que parecía haber desaparecido cuando luego, ya viviendo ambos en Mospintoles, había vuelto a verla en varias ocasiones. Claro que no era lo mismo hacerlo en presencia de otras personas o en un pequeño despacho del Instituto charlando sobre la educación de su hijo a hacerlo a solas, en casa de ella, con unas cuantas copas de vino encima y en unos días en que necesitaba olvidar lo que podía haber sido una tragedia por culpa de un tal Remigio.
—No lo tomes como un cumplido porque es verdad: sigues estando fantástica. Yo, en cambio, ya ves, ando peor que un plátano pocho. Tengo una pierna para el arrastre, algunos me dicen viejo y la cama sólo la uso para dormir. A mi regreso de Alcorcada no me fueron mal las cosas pero tampoco muy bien. Me casé y enviudé relativamente pronto. No he tenido suerte con las mujeres de mi vida.
—Pues anda que yo con los hombres… Todos vais a lo mismo. Claro que eso lo digo ahora en que el cuerpo empieza a mostrar los primeros síntomas de envejecimiento. Entonces, cuando nos conocimos, yo vivía la vida muy intensamente. Quizás demasiado pero era joven, guapa y había salido del pueblo y de una familia cuyo aire y estrechez me asfixiaban. Quizás algunos se aprovecharon de mis locas ganas de vivir, de disfrutar de mi cuerpo y del de ellos, de ser feliz por primera vez en mi vida. No me disgusta hablar del pasado contigo porque, además de compartirlo un breve tiempo, ha marcado demasiado mi futuro y aunque las cosas no me han ido tan bien como por aquel entonces soñaba, no me puedo quejar. Sigo siendo libre, quiero vivir el día a día sin preocuparme de lo que venga y mantengo la esperanza de que mi hijo consiga todas las ilusiones que yo tenía cuando un buen día salí de casa de mis padres tras dar un portazo. Yo no logré alcanzarlas sino muy parcialmente. Quizás mi máximo error de entonces, tener este hijo sin esperarlo ni desearlo, se haya convertido en el mayor acierto de ahora.
—Has madurado mucho, Inma.
—Mi trabajito me ha costado. Y sola.
—Me alegro un montón de estar hablando contigo y de hacerlo de la manera que lo estamos haciendo –dijo en voz alta el viejo profesor, ahora muy rejuvenecido…
—Pues temía este momento, Fausti… ¿Recuerdas? Así te llamaba por entonces. Es que, hijo, tienes un nombre más feo… –le miró a los ojos, sin pestañear, e hizo una pausa de esas que paran el mundo y la respiración de quien las padece—. Lo temía porque las pocas veces que hemos coincidido en estos años de Mospintoles parecía que se nos habían olvidado los recuerdos y teníamos mal rollo…
—No es verdad, Inma, pero han pasado tantas cosas desde aquel día en que nos conocimos… Nuestra breve pero intensa relación, la estafa en que perdí mis ahorros y el lógico cabreo. Mis dudas de si tú estabas implicada y la forma tan imprevista y rara en que aquello acabó.
—No podía ser de otra manera, Faustino, no podía… Con todo el lío que se montó con la estafa, de la que yo fui una víctima más porque los jefes se largaron de allí debiéndome varios meses de sueldo, sólo me faltó quedarme embarazada. Y eso es lo que ocurrió… Lo más grave… es que no estaba segura… de quién era el padre.

(Continúa en el siguiente cuento)