—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Invitado especial (y 5)

(Lee la entrega anterior)

La alcaldesa de Mospintoles que, junto con su marido, había escuchado atentamente el programa no salía de su asombro:
—Sebas, presiento que el mayor conflicto en el ámbito de competencia de don Faustino será la relación que el Ayuntamiento ha de mantener con el Rayo de López.
—Pero si tú siempre has pensado que esto del fútbol era una tontería y que ni un duro público debería ir hacia ese negocio tan privado…

» El viejo no nos dura ni un asalto. Sólo faltaría que con lo que nos jugamos en esta temporada, tanto futbolística como económicamente, nos venga un carcamal a estropear el negocio.

—Ahora veo la cuestión de otra manera. Don Faustino puede pensar lo que quiera del fútbol pero debería haber sido más prudente en sus manifestaciones.
—Yo no estoy de acuerdo con lo que piensa pero me parece que ha sido muy valiente expresando su opinión. Y sincero…
—Esa pajarraca de la Susana también se lo ha llevado al huerto…
—Joder, María, ni que esa chica fuese Mata-Hari…
—Claro que peor me ha sentado lo que ha dicho de la política. Estaba en la inopia cuando se me ocurrió proponerle que fuese en la lista del partido. ¡Qué error, qué inmenso error!
—Pero si hace un momento decías que don Faustino hará estupendamente su trabajo…
—Sí, pero ahora me han entrado las dudas… Me tiene desorientada… No sé si el profesor será más un problema que una solución…

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En las oficinas del Rayo pareciera que había un funeral. Mientras Basáñez apagaba la radio, López se sirvió un cubata.
—¿Qué le ha parecido el viejo? —le preguntó Basáñez.
—Es como un niño. Tantos años de dar clase a los mocosos le han convertido en uno más: parlanchín, ingenuo y creído de que todos están equivocados menos él.
—Este hombre, al que apenas conocíamos hasta poco antes de las elecciones, estuvo en el Ayuntamiento cuando los años de la transición política y en Mospintoles parece ser que mucha gente lo tiene en gran estima. No creo que sea un ingenuo…
—Está gagá, Basáñez. Estos tiempos no son los de la Transición esa ni él tiene los años de entonces. El viejo no nos dura ni un asalto. Sólo faltaría que con lo que nos jugamos en esta temporada, tanto futbolística como económicamente, nos venga un carcamal a estropear el negocio.
—Pues hace un rato no le parecía que fuese alguien fácilmente vulnerable…
—Cierto… La realidad es que no lo veo nada claro. Más vulnerable es la señora alcaldesa, ¿no cree?
—Sin duda… Esa es la jugada, López, esa es la jugada…

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En el hogar de Piquito la entrevista se había seguido casi con devoción. Su madre ya no trabajaba por motivos de salud, en espera de un tratamiento inminente de quimioterapia. Por fortuna había conseguido salvar el pecho afectado por el tumor. Inmaculada estaba recostada en el sofá pensando en tiempos mejores. Tenía los ojos humedecidos.
—¿Le pasa algo, madre?
—No… nada… Estaba pensando en cuando conocí a don Faustino.
—Cuéntemelo…
—Algún día… ¿Crees que conseguirá lo que pretende o acabará yéndose del Ayuntamiento por la puerta de atrás igual que lo hizo hace ya muchos años?
—Tiene un par de güevos mi profe…
—Pero si ya no lo es.
—Siempre lo será aunque no me dé clase. ¿Usted cree que tiene razón cuando dijo que el fútbol es el durmiente, o algo así, del pueblo? No sé muy bien qué quería decir con eso…
—Ni yo tampoco, hijo, ni yo tampoco… A veces no hay quien entienda a este hombre…

Inmaculada se levantó y fue hacia el sillón donde estaba su hijo. Le pasó la mano por la cabeza removiéndole el pelo. Era un gesto que a él le gustaba. A continuación se echó mano a sus propios cabellos.
—Sólo sé, hijo, que vienen tiempos difíciles… Se me va a caer el pelo…