—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Choque de trenes (2)

(Lee la entrega anterior)

-Miércoles por la tarde-
La relación entre Piquito y Susana había ido afianzándose con el paso de los meses. Lo que al principio había nacido como una amistad casi juvenil (a pesar de que la chica le llevaba diez años) derivó luego, poco a poco, en un acercamiento por motivos profesionales al llevar ella la política de comunicación del Rayo y ser él la figura del equipo. Ahora casi se podía decir que eran novios, que se amaban y que tenían en mente un proyecto común. Al menos, eso parecía.

En un principio nada hacía presagiar que ambos pudiesen llegar a intimar de tal modo a pesar de haber vivido en el mismo barrio o de que trabajaran para el Rayo, pero ya se sabe que el amor mezcla egos imposibles y que el tío aparece cuando menos se le espera.

» —Con que la cosa está entre López, don Faustino y Matute. ¡Increíble! Me estás mintiendo, Piqui. Dime que no es verdad…
—Te lo juro por lo que más quiero en este mundo. Te lo juro por ti.

No hay nada como tener intereses y problemas comunes para que una pareja que se atrae acabe por apoyarse mutuamente y unirse ante la adversidad. La temporada de Piquito no estaba siendo buena ni en lo profesional ni en lo personal. Una cosa alimentaba a la otra y viceversa. Por eso había llegado un momento en que el chaval necesitaba la compañía de alguien más maduro que él, de alguien que pudiera ayudarle a superar sus inclinaciones hacia la mala vida, nada recomendable para un deportista que aspira a triunfar en lo suyo.

Un primer paso lo había dado Piquito cambiándose de barrio para dejar atrás el pasado y lo que él consideraba malas compañías. Adiós a los colegas medio colgados por la droga y el alcohol. Pero pronto Piquito se dio cuenta que no bastaba sólo con cambiar de entorno social. El mayor problema era él mismo, su inconstancia, su dejadez, sus malos hábitos de años… Por si fuera poco, la grave enfermedad de su madre, de la que iba saliendo lentamente, había acabado por hundirle en el abismo. Por eso se agarró como un clavo ardiendo a la chica mulata. En ella veía todo lo que le faltaba: un equilibrio interior, una formación cultural que él apenas tenía y unas ganas locas de ser feliz. Sin olvidar, claro, su mayor ambición: seguir subiendo peldaños en su carrera futbolística.

Aunque Susana también había pasado sus dificultades personales y profesionales, lo cierto es que su relación con Piquito le había hecho madurar también a ella. Todavía no acababa de creerse que hubiera sido capaz de irse a vivir al chalet de Piquito dejando el hogar familiar y a una madre que lloraba como una madalena cuando se lo comunicó. Aunque tal decisión le había desgarrado el alma, finalmente fue un acierto y la propia madre acabó aceptándola.

En conclusión: ambos jóvenes, a pesar de la importante distancia en edad que los separaba, estaban viviendo unos meses de plena felicidad, lo cual había empezado a provocar dos cambios importantes en Piquito: su alejamiento paulatino del coqueteo con algunas drogas –cosa que, inicialmente, desconocía Susana- y el retorno de la ilusión por ser el mejor del equipo. El ascenso a la primera división todavía era posible aunque estaba bastante difícil. Susana, por su parte, además de haber ganado en confianza personal, muy necesaria para afrontar los nuevos retos de su salto al periodismo regional, estaba muy feliz por el cambio de rumbo de Piquito (al que no era ajena) y porque se sentía muy querida por éste. Ello le había llevado a olvidarse completamente de Matute, con el que había mantenido algunos escarceos más de cama que amorosos, llevada tal vez por el deseo de ser agradecida con aquel hombre al que le debía casi la vida. Matute asumió que lo suyo con Susana sólo había sido flor de un día.

Metzger, el entrenador, había dado hoy descanso a los jugadores del Rayo tras el agotador partido del domingo, en el que habían vencido a un rival directo en la difícil lucha por el ascenso a Primera. Mientras que Susana había estado en Madrid grabando un programa, él se había pasado el día durmiendo, viendo varias películas en la televisión y charlando por teléfono con su madre. Así que por la noche, con Susana ya en casa, el bueno de Piqui estaba como una rosa y con la líbido pidiéndole juerga. Ambos se habían ido ya a la cama aunque antes del consabido “meneo” estaban charlando sobre sus últimas preocupaciones.
—¿Qué dicen tus colegas de Madrid sobre que el Rayo pueda subir a Primera?
—Menos Piedrahita el resto son una pandilla de tarados que sólo se preocupan del Real Madrid y un poquito del Atlético.
—¿Y qué dice Piedrahita?
—Dice que el Rayo sólo subirá si gana todos los partidos que restan por jugarse. No tenéis margen de error.
—Hemos reaccionado demasiado tarde pero la tercera plaza aún puede ser nuestra. Podemos conseguirla incluso perdiendo un partido.
—Lo importante es que habéis vuelto a coger ritmo y confianza. El trabajo de Metzger está empezando a dar sus frutos pero el Rayo te necesita sobre todo a ti. La gente se ha enfadado mucho contigo esta temporada pero ahora ha recuperado la ilusión y te ve de nuevo como el Piquito de siempre.
—Gracias a ti, cariño.
—Y a que tu madre va fantástica en su recuperación…
—Sólo tengo una preocupación…
—No quiero que tengas ninguna, no puedes permitírtelo. Aplázala hasta que acabe la Liga.
—¿Te he contado lo de que tengo tres padres?

Susana miró a Piquito muy fijamente y se quedó con la boca abierta. El joven se la cerró cariñosamente y luego la besó. Entonces empezó a contarle a su chica todo lo que sabía sobre su desconocida paternidad y cómo, pese a que presumía de que a su edad ya no le interesaba saber lo más mínimo de ella, en los últimos meses había hecho lo contrario, siguiendo un plan concienzudo de recogida de restos que pudieran ser estudiados genéticamente para averiguar quién de los tres posibles padres era el auténtico.
—Con que la cosa está entre López, don Faustino y Matute. ¡Increíble! Me estás mintiendo, Piqui. Dime que no es verdad…
—Te lo juro por lo que más quiero en este mundo. Te lo juro por ti.
—¡Esto es para escribir un libro! Es una historia tan fantástica e inaudita que cualquier periodista perdería el culo por contarla…
—¡Alto ahí, princesita! Ni se te ocurra…

Entonces Piquito pasó a explicarle la idea que se le había ocurrido y que había puesto en práctica en los últimos meses. Convencido de que, a pesar de intentarlo, nunca descansaría hasta saber quién era de verdad su padre, aunque luego se callase lo averiguado, había estado recogiendo muestras de los tres candidatos para llevarlas a un laboratorio y que les hicieran un análisis de ADN. Entre risas contó a Susana cómo se las había apañado para recoger varios pelos de la cabeza de López, un pañuelo con la mucosidad de don Faustino y otro con una mancha de sangre de Matute. De la nariz, aclaró.

Susana asistía divertida al relato de Piquito aunque todo aquello le parecía casi ciencia ficción.
—El jueves pasado llevé las muestras a un laboratorio de Madrid y les he dicho que el resultado me lo comuniquen tres días después de que acabe la liga. No quiero que la noticia pueda influir en mi ánimo justo en los últimos partidos, cuando más nos jugamos.
—Vamos a dejar el tema hasta entonces. Será lo mejor, Piqui, pero no me resisto a hacerte una última pregunta: ¿Y luego qué?
—Todo seguirá igual… Bueno… no lo sé…
—Te lo voy a preguntar de otra manera: tú, ¿a quién prefieres de padre?

[Continuará…]