—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Choque de trenes (3)

(Lee la entrega anterior)

-Miércoles por la tarde-
Don Faustino, de carácter habitualmente templado, notaba que tenía los nervios a flor de piel. Miró el reloj nuevamente y se dijo que ya lo había hecho en seis o siete ocasiones. Quizás debería no conceder ninguna importancia a la visita que recibiría dentro de unos minutos en su calidad de concejal de Deportes. Quizás debería alejar de su mente aquellos sucesos ocurridos hacía ya bastantes años en Alcorcada. Aquella estafa inmobiliaria en que se vio involucrado, y en la que perdió todos sus ahorros, había vuelto a su memoria hacía cosa de un año al averiguar que la “mano maestra” había sido un señor que ahora vivía muy cerca de él y disfrutaba de un gran éxito y prestigio social: López. Judicialmente ya no había nada que hacer pero el recuerdo de aquello, así como la aparición fortuita de unos documentos que venían a corroborar el papel que el actual presidente del Rayo había tenido en la estafa, le habían hecho regresar una y otra vez a aquel suceso tan desgraciado.

» —Mire, señor López: yo no puedo permitir que mientras cientos de mospintoleños están siendo embargados por este Ayuntamiento por no poder pagar el recibo de la basura, o el IBI, o el impuesto de circulación, una sociedad anónima como el Rayo pueda en cambio sustraerse al pago de dichos impuestos.

¿No estaría obsesionado por la venganza? ¿Y eso a qué conducía? ¿Y cómo podría hacerla, fuera ya de los plazos legales y sin ninguna conexión con la realidad actual? ¿Debería dar difusión a esos documentos encontrados, los cuales acusaban directamente a López de aquel delito? ¿Y a quién le iba a interesar a estas alturas de la película? Sí, tenía a mano una periodista amiga, Susana Crespo, pero trabajaba para López; los medios locales de prensa y radio estaban en poder de López y fuera de Mospintoles el tema no tendría difusión e interés alguno. Pensar en su publicación era una utopía. Al final, todo este asunto sólo había servido para envenenarle la sangre, agriarle el carácter y perder energía y tiempo. Ahora tenía una oportunidad de hablar con López y quizás sería el momento de zanjar el asunto. O le decía a la cara lo chorizo que había sido, y que seguramente seguía siendo, o se callaba para siempre rompiendo esos documentos comprometedores para López, un canalla que sólo merecía estar en la cárcel.

Miró nuevamente el reloj y acto seguido abrió una carpeta llena de papeles que se había traído de casa. ¿Cuántas veces los había leído hasta aprendérselos casi de memoria? Cuando se los encontró –un milagro, sí, aquello fue un milagro- había pensado que le había tocado la lotería. Luego fue comprobando, con el paso de los días y meses, que quizás podrían servir para hundir la reputación social de López, pero poco más. El dinero que le estafó a él y a otras muchas familias ya era irrecuperable. Sí, quizás lo que le ponía más nervioso era no saber cómo reaccionaría al tener delante el careto de López y a la decisión ya adoptada de terminar con aquella historia.

Volvió a mirar el reloj y luego posó la vista sobre una segunda carpeta que tenía encima de la mesa. En ella, con letras muy claritas, se indicaba que a las cinco y media de la tarde tenía una cita en el despacho con el señor López. Sería la primera vez en su vida que hablara con el citado caballerete. O, se repitió una vez más, ¿sería más correcto decir “chorizo”?

Llegó el momento. Puntual como un reloj suizo apareció López por la puerta. Iba solo. Entró con paso decidido, desconociendo que don Faustino sabía de él alguna historia inconfesable y ya olvidada por su parte. Extendió cordialmente la mano y el viejo profesor le indicó que se sentase en la modesta silla que había enfrente de su mesa. Don Faustino, antes de comenzar a tratar sobre el asunto que López traía en cartera, habló de cuestiones intrascendentes pero que pretendían pulsar el talante con el que López acudía a la entrevista. Hablaron así, brevemente, de Mospintoles, de fútbol, de Piquito y hasta un poco de la crisis económica. Al cabo de unos cinco minutos acordaron empezar a hablar sobre el objeto de la cita.

Don Faustino ya estaba al tanto, previamente, de un acuerdo del gobierno municipal –realizado casi con nocturnidad y alevosía, por la vía de urgencia- por el que se frenaba la autorización de nuevas construcciones de viviendas en Mospintoles hasta tanto no se vendiera al menos un cincuenta por ciento de las promociones ya construidas. Aunque aquel día no pudo asistir al pleno municipal por causa justificada, poco después transmitió a la alcaldesa su opinión completamente contraria a la decisión adoptada. Una opinión que había sido votada a favor por todos los ediles, incluyendo a los de la oposición.

Le parecía que aquel acuerdo era un claro ejemplo de favoritismo hacia determinadas empresas, las que tenían pisos construidos pero sin vender, en detrimento de otras que quisieran ahora aventurarse a realizar cualquier nueva obra. De hecho, consideraba ilegal la medida, pero era consciente que se estaban tomando medidas similares en otros ayuntamientos. Algo olía a podrido y, desde luego, él no quería participar en semejante enjuague. Además, tenía la seguridad de que uno de los promotores beneficiados por la norma aprobada era el señor López, el cual tenía una urbanización de chalés construida a las afueras de Mospintoles de la cual sólo había conseguido vender dos.

Pero el tema que traía López en su agenda no era ese favoritismo descarado que el Ayuntamiento había tenido con él y otro promotor más si no el aplazamiento de las deudas que el Rayo tenía con el Ayuntamiento. Que el propio López hiciera la gestión personalmente denotaba por una parte el estado de necesidad en que se encontraban sus cuentas y, por otra, el convencimiento de que nadie osaría darle una negativa por respuesta. De hecho la visita era casi protocolaria pues María Reina, la alcaldesa, le había solicitado ese favor en la idea de que el hueso duro de roer del maestro se ablandaría un poco con el contacto visual y lingüístico del todopoderoso señor López.

López no confiaba mucho en convencer a don Faustino, y tampoco le importaba porque el gran as en la manga lo tenía con la citada alcaldesa y el jefe de la oposición, pero tenía ganas de comprobar personalmente el carisma del famoso profesor y si era cierto lo que se decía de él en Mospintoles. Presentía que el único obstáculo para sus propósitos actuales y futuros podía ser don Faustino y, por eso mismo, quería tomar la iniciativa y entablar el primer duelo con un tema menor como era la congelación por un año de las deudas del club con el Ayuntamiento. Ya vendrían luego temas de más enjundia.

—Me ha parecido oportuno consultar este asunto con usted, señor Faustino, antes de elevarlo a la señora alcaldesa por cuanto es el concejal de deporte y, supongo, el más implicado en la resolución de esta problemática, junto con el de Hacienda. Es obvio decirle que su asentimiento a nuestras peticiones allanaría bastante el camino. La propia María Reina me lo indicó hace unos días cuando estuvimos tratando sobre ello.
—Vamos a ver, señor López, si yo he entendido bien su petición. El Rayo de Mospintoles es una Sociedad Anónima al frente de la cual, como accionista mayoritario, se encuentra usted. Una sociedad anónima es una entidad de titularidad privada. Si sus resultados económicos son deficitarios, ese es su problema, no el de los ciudadanos que, al fin y al cabo, son los que sostienen el andamiaje público, y al Ayuntamiento, con sus impuestos.
—Una sociedad anónima un poco especial, señor concejal. Muchos de esos ciudadanos que cita se benefician económicamente de ella tanto en puestos de trabajo directos como indirectos. Consulte usted los ingresos que el sector servicios de esta ciudad le debe al Rayo con su presencia en la segunda división. Se han incrementado por cuatro en los dos últimos años…
—Pues entonces está claro: que sean esas empresas particulares beneficiadas las que le ayuden a pagar sus deudas con el Ayuntamiento pues al hacerlo estarán ayudádose también a ellas mismas.
—Aunque a usted no le guste el fútbol, recuerde que la inmensa mayoría de los mospintoleños, incluyendo los que le votaron masivamente, se sienten del Rayo, les gusta ir al campo, alegrarse o entristecerse con el equipo de su ciudad…
—Mire, señor López: yo no puedo permitir que mientras cientos de mospintoleños están siendo embargados por este Ayuntamiento por no poder pagar el recibo de la basura, o el IBI, o el impuesto de circulación, una sociedad anónima como el Rayo pueda en cambio sustraerse al pago de dichos impuestos. Si el resto de la corporación municipal aprueba esa congelación no me quedará más remedio que denunciar públicamente esa gravísima diferencia de trato con los ciudadanos de a pie.
—Entonces se sorprenderá de la reacción de esos mismos ciudadanos.
—No me extrañaría que algunos sean capaces de admitir semejante barbaridad, que iría en perjuicio de ellos mismos pues si el Ayuntamiento tiene menos ingresos, los servicios municipales tendrán que ser recortados. Pero no se preocupe: no creo que esos ciudadanos sean mayoría.
—Le repito: el Rayo no tiene recursos para afrontar los pagos que debemos al Ayuntamiento de todo el año pasado y lo que va de éste.
—Tampoco los tienen muchos ciudadanos y sin embargo han pagar o atenerse a las consecuencias.
—¿Está dándose cuenta de que, con su manera de entender este asunto, el Rayo podría desaparecer?
—No pretenderá echarle la culpa al Ayuntamiento, o a mí mismo, de su situación… Le voy a dar otras alternativas a la que solicita: vender algunos activos del club. También puede recortar los gastos pues seguro que hay capítulos innecesarios o inflados. Ocurre en todas las instituciones y organizaciones de este país. Puede pedir un crédito. Puede vender algunos jugadores importantes. Se pueden hacer muchas cosas que usted sabe mejor que yo…
—Un club de fútbol no es una empresa cualquiera. En dos años regresaríamos de nuevo a las catacumbas de la tercera división y, probablemente, desapareceríamos.
—Esta ciudad, con sesenta mil almas, no da para mucho más.
—Eso dígaselo a los mospintoleños…
—También puede vender el equipo. No faltarán empresarios dispuestos a ponerse al frente del mismo para utilizarlo como palanca para su promoción social, económica e incluso política.

López encajó el golpe dialéctico del viejo profesor con entereza, aunque decidió devolvérselo.
—Presentía, profesor, que se opondría frontalmente a mi petición. Antepone usted su ética de campanario, muy válida para el mundo de la enseñanza pero poco útil en el mundo real de la economía y la política, a una postura moderada y razonable como la que propongo. Sabe usted perfectamente que hay numerosos clubs de fútbol que reciben importantes ayudas del sector público, sean ayuntamientos, diputaciones o los propios gobiernos autonómicos, porque esos clubs ayudan a la cohesión social, a la identificación con los valores locales… Los equipos, a cambio, devuelven con creces esas ayudas difundiendo el nombre de la ciudad por todo el mundo, haciendo que crezca el turismo, facilitando el consumo…
—Paparruchas, señor mío. Ni un solo euro público para un negocio privado.
—Es un error grave que usted esté en la política porque eso no lo piensa nadie. O sólo lo piensan los anti sistema o los muy radicales. No creo que ese sea su caso…
—No es mi caso, en efecto. Es posible que tenga razón en lo de que es un error mi vuelta a la política municipal. Quizás usted valga más para esto que yo.

La frase de don Faustino era un torpedo dirigido de lleno a la línea de flotación de López aunque éste, poco versado en el arte de la ironía, no cayó en la cuenta en aquellos momentos.
—En cualquier caso, profesor, ha sido un placer conocerle personalmente. Si me acepta el concederle el carnet de socio para la temporada entrante…
—Gracias por el detalle pero sabe que no lo aceptaría.

López se levantó, le dio la mano a don Faustino y éste le acompañó a la puerta. De pronto se llevó teatralmente la mano a la cabeza.
—Señor López, se le olvida algo…

Sin que le diera tiempo a responder, don Faustino cogió de la mesa la carpeta que había encontrado meses atrás en el maletero de su coche, una carpeta llena de documentos firmados o escritos por López y relativos a varios sucios asuntos que ocurrieron en Alcorcada hacía ya mucho tiempo. Se los sabía de memoria, por ellos había perdido el sueño en algunas noches y, lo que era peor, le habían roto su equilibrio emocional recordándole unos tristes sucesos que estaba harto de evocar pues ya no había solución ni reparación posible a aquella estafa de que fue objeto por parte del tipo con el que acababa de entrevistarse.
—No he traído ninguna carpeta…
—Es suya, señor López. Estoy seguro…
—Le repito que no he traído nada…
—No me ha entendido. Esta carpeta y los documentos que contiene… es suya, sólo que llegó a mis manos hace unos meses, sin yo proponérmelo. Estaba esperando el momento adecuado para devolvérsela y quedar yo en paz conmigo mismo. Estúdiela detenidamente. Ahí verá la diferencia que hay entre mi ética de campanario y la suya de lodo y barro. Buenas tardes, señor López…

[Continuará…]